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Por Lucas Marín Aponte   

El año de 1937 por sí solo, carece de significado, pero si entramos en contexto, sabemos que durante esta época el continente europeo, vivía las consecuencias propias de la gesta civil española y el terror del franquismo, un régimen que se levantó en contra del pueblo y perseguía esencialmente a poetas y artistas.

El 26 de abril de aquel año, y pocos meses después de la invasión italiana a Málaga. Aparentemente sin autorización del cuartel general de Franco, las tropas alemanas, bombardearon la provincia de Guernica; conocida por su famoso árbol de roble, donde los señores vizcaínos, juraban respeto a los fueros.

En este ambiente a comienzos del siglo pasado, se gestaba el movimiento vasco, que se convirtió en un símbolo para las libertades del país. La destrucción y posterior incendio de Guernica frente a otros hechos de guerra, representó un impacto en las mentalidades de los testigos de esta barbarie, inspirando interesantes expresiones artísticas.    

Aquel año, Pablo Picasso, buscaba iluminación para comenzar a realizar un mural para la exposición internacional de París, digamos que dicho suceso representó la musa que visitó al artista Malagueño; llevándolo a construir este bestiario, bautizado con el nombre de aquella ciudad. Una obra de grandes proporciones, en blanco y negro; cargada con sentimientos de dolor, tragedia y muerte. Con un simbolismo, que trasciende el propio cubismo y se apartó del concepto tradicional de las pinturas que representaban las guerras hasta el momento.       

Entre los elementos principales de este relato visual de guerra, observamos el minotauro, como el espíritu de España herido, al igual que el caballo agonizando, herido por una lanza, con su pata fracturada; la mujer llorando desfigurada con un niño muerto entre sus brazos. Un ángel caído con fisionomía femenina, clamando al cielo, otra mujer con candil apretado fuertemente como un símbolo de esperanza y resistencia en la oscuridad, y aquella dama que se arrastra saliendo de su casa, con un pie deforme, como si echara raíces en su terruño desesperada.

Llama la atención, aquel pájaro, difícil de diferenciar, que nos hace pensar en las aves que murieron quemadas en el mercado por el incendio luego del bombardeo; en el suelo un hombre con una espada rota con una flor en su mano, sin perder la fe, vigilado por aquel ojo que todo lo ve, en la parte superior de la obra, que parece un bombillo, o un sol, como eclipsado; entre otros elementos, que componen esta danza macabra.

Una danza que aparece de nuevo retratada en el poema, Madrid 1937 de Pablo Neruda, convertido con los años en canción protesta, con un sin número de elementos que se conjugan mágicamente con el drama del Guernica. Narrando la oscuridad del hombre, describiendo a los bueyes sangrantes, la soledad en el alba de las fortificaciones, el luto de la ciudad herida en ruinas, el invierno en el alma de los sobrevivientes, balas que representan a su vez las lágrimas que impregnan la oscura tierra, buscando venganza; palomas que caen inertes, en aquella urbe rodeada por la llamas, un poema que por si solo relata los efectos catastróficos de la guerra, tanto en hombres como en mujeres, los niños; los animales y comunidades en general.   

Aunque son muchas las personas que afirman a la ligera, que dicha obra, carece de belleza.  Sin embargo, la intención de este óleo sobre lienzo, no fue hecha para decorar oficinas decía Picasso, simplemente son las voces de protesta de un pueblo herido.

De igual manera para muchos críticos e investigadores contemporáneos, la guerra civil española fue un conflicto de baja intensidad y los sucesos de Guernica fueron una oportunidad de propaganda para el frente popular.  Y aunque la tesis anterior fuera cierta, nunca podremos desconocer que el hombre en su ambición de poder y prepotencia, sigue pensando que existen guerras justas o muertes necesarias como estrategia para superar las brechas de la desigualdad y en esa espantosa contradicción aún en el siglo XXI, se siguen bombardeando ciudades y regiones, con el argumento de defender la soberanía de sus territorios, los recursos naturales o las libertades individuales, entre otros miles de pretextos, que siguen inspirando estas poéticas del arte y la guerra.   

 

Nota: el escrito anterior está inspirado en un ejercicio planteado por el escritor Juan Carlos Acevedo Ramos, dentro del taller de escritura creativa del que formamos parte y que se está llevando a cabo el año en curso, en el banco de la republica de la ciudad de Manizales.         

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