Desde hace un mes reservé “En agosto nos vemos” en Leo Libros y así aseguré uno de los 100 ejemplares que llegaron a la librería el 6 de marzo y se agotaron el 7. He leído todo lo de Gabriel García Márquez y faltar a esta cita habría sido una especie de traición lectora, aunque haberlo leído también lo siento como una traición: hurgué líneas que el autor pidió no publicar. Es imposible leer “En agosto nos vemos” sin pensar en que la peste del olvido le cayó a García Márquez en sus últimos años. Los dos hijos varones que decidieron contrariar la voluntad del padre y publicar la novela se autoexculpan en el prólogo diciendo que si los lectores celebran el libro “es posible que Gabo nos perdone” (Indira Cato, la hija no reconocida, por supuesto no fue llamada a opinar). Gonzalo y Rodrigo García Barcha van sobre seguro: Juan Esteban Constaín señaló que hasta la novela más mala de García Márquez es mejor que el mejor libro de muchos escritores, y tiene razón.
“En agosto nos vemos” trae el Caribe garciamarquiano, con esos sustantivos suyos tan deslumbrantes que obligan a consultar el diccionario. Hace mucho calor y hay escenas sexuales llenas de sudor. Hay nombres que se repiten entre generaciones, al igual que en “Cien años de soledad”, y hay hombres elegantes que bailan bolero y visten de blanco, como en otras de sus obras. Las referencias musicales y los títulos que lee Ana Magdalena Bach, la protagonista, son guiños que invitan a explorar lo que a ella le gusta. La obra cuenta la historia de una mujer de mi edad que cada 16 de agosto va a una isla para dejar gladiolos en la tumba de su madre, y para encontrar amantes que le permitan un escape conyugal una noche al año.
Y sin embargo, después del placer de visitar otra vez los fulgores de la genialidad de García Márquez, no dejo de pensar en lo que representa traicionar la voluntad del autor para publicar este libro. El texto es un rompecabezas de distintas versiones porque hubo varios manuscritos, con enmendaduras, comentarios y variaciones, que el editor Cristóbal Pera estudió para entregar un texto unificado al que incluso le suprimió frases para evitar contradicciones.
Estas correcciones no alcanzan para evitar expresiones cursis y fórmulas repetidas. ¿Así lo quiso el nobel? Él pidió que no lo publicaran. “En agosto nos vemos” es el esbozo de una historia a la que aún le falta complejidad, con un personaje que actúa desde el deseo femenino, pero se ve plano. Es un libro en obra negra que deja sin desarrollar hilos interesantes y en el que algunas decisiones, como la de internarse en un convento, resultan inverosímiles.
Lo leí con ojos de voyeur: con curiosidad morbosa y a la vez culposa porque aparecen las costuras del genio, los imperfectos, las construcciones sin terminar. Nadie tiene la obligación de ser siempre genial o perfecto, pero cada cual decide qué imagen y legado quiere dejar. Si un autor inmenso dice que no quiere publicar un libro menor sus razones tendrá. El prestigio de García Márquez es tan colosal que no se afecta por una novela que además es superior a “Memoria de mis putas tristes”, pero me parece que lo leemos con la gratitud por libros en los que el asombro ante la escritura, la complejidad narrativa y el universo creado se ubican a una distancia enorme de este tramo final, y con la indulgencia por su estado de salud. Leer a García Márquez con esta condescendencia es una afrenta indigna de su estatura.
Los hijos argumentan que el estado senil le impedía al padre decidir con lucidez. No deja de ser una paradoja que estemos hablando del autor de “El amor en los tiempos del cólera”, “Cien años de soledad”, “El coronel no tiene quien le escriba” y “El general en su laberinto”, obras en con un andamiaje poético potente para reflexionar sobre la dignidad y la validez de las decisiones que un hombre toma al final de sus días.
En “El amor en los tiempos del cólera” García Márquez escribió sobre una pareja de amantes intermitentes que duró casi 30 años por ser “infieles, pero no desleales”. Su libro póstumo ayuda a comprender la diferencia.