Lo malo de morirse es perderse del día siguiente. Hay casos curiosos, como el de la escritora María Eastman, el poeta Jotamario Arbeláez y el cantante José Luis Perales, a quienes la falsa noticia sobre su muerte les llegó plenos de vida. Pudieron hacer inventario de quiénes enviaron mensajes para exaltar lo valiosos que eran, cuánto los querían y lo mucho que los iban a extrañar. Reacciones apresuradas y sinceras ante un final que aún no llegaba.
Lo común, sin embargo, no es este equívoco risible sino el hielo de saber que la muerte imposibilita volver a comunicarse con quien fallece. Independiente de la fe religiosa, tras un deceso el círculo familiar inicia un duelo que fractura la cotidianidad, pero algunas muertes extienden esa nube de tristeza por fuera del núcleo íntimo. Muertes que llevan a duelos sin nombre, porque sin ser huérfanos ni viudos nos sentimos abatidos.
¿Cómo se llama la orfandad que se siente cuando fallece un escritor, cantante o actor al que uno admira? ¿Cómo denominar la honda tristeza por la muerte de un jefe o de un profesor que transformó la vida? A mí, por ejemplo, las muertes de mis profesores de Derecho Rodrigo Vieira Puerta y Enrique Quintero Valencia me desataron un río de recuerdos que desembocaron en congoja y gratitud, una mezcla difícil de expresar.
Javier Marías, el escritor español que falleció hace un año y cuya muerte temprana también me conmovió, le dijo a la editora Pilar Reyes que la palabra en español por la que sentía más afecto era “emulación” y en una entrevista explicó por qué: “la emulación es un motivo semiolvidado. Ser un émulo de alguien implica un elemento de admiración, pero hoy la gente copia sin mucha admiración. Yo reivindicaría la emulación, no solamente para escribir sino para tantísimas cosas en la vida”. Almudena Grandes, otra autora española que falleció el año pasado, decía que “no hay amor sin admiración” y veo ahí una pista para entender por qué algunas muertes nos duelen tanto.
“¿Cuál es la relación que se puede tener con un mentor?”. Con esa pregunta Fernando Alonso Ramírez comienza su libro «Cogito, ergo ¡Pum!» su homenaje personal al periodista Orlando Sierra Hernández, asesinado en 2002, pocos después de que Nicolás Restrepo Escobar asumiera la dirección de La Patria, la cual tuvo que dejar hace dos meses ante el deterioro de su salud. Un mentor es alguien que ejerce como consejero, guía, maestro o protector. Hay mentores que acompañan día a día, desde la experiencia, y hay quienes ejercen como mentores sin saberlo, porque despiertan ganas de emular la forma en la que actúan y las huellas que marcan.
Todo esto para exaltar a dos mentores caldenses que fallecieron esta semana y son dignos de emulación: Maruja Vieira y Nicolás Restrepo Escobar.
De Maruja se conoce su poesía, pero es pertinente agradecer su valiosa vida centenaria, dedicada a abrirle camino a las mujeres en el periodismo y la literatura. Fue una feminista radical desde su trabajo. Compartió círculos en los que muchas veces fue la única cuota de género y su presencia en salas de redacción, recitales y emisoras fue crucial e inspiradora para que generaciones posteriores pudiéramos dedicarnos a los oficios que ella ejerció. Su última aparición pública, un video que grabó hace un mes para dialogar con niñas del Colegio Perpetuo Socorro de Manizales en el marco del ciclo Mujeres Escritoras Centenarias del Gran Caldas, es un cierre poético para una vida dedicada a estimular a otras.
Nicolás Restrepo Escobar practicó un liderazgo sin aspavientos, plural e incluyente. En una ciudad tan dada a preguntar de qué familia eres, de qué colegio saliste o cuál es tu padrino político, él abrió las páginas de La Patria a todo tipo de opiniones, incluso las contrarias a su pensamiento. Además fue generoso en ofrecerle el primer empleo, con calidez y confianza, a decenas de jóvenes que compensan con ilusión su falta de experiencia.
La oleada de mensajes que circuló esta semana para agradecer las vidas de Maruja y Nicolás es una forma de acompañarnos en este duelo colectivo. En esta orfandad sin nombre ante la muerte de mentores, o ante la muerte de amigos.