Al comenzar las administraciones de alcaldes y gobernadores en todo el país es de esperarse que el entendimiento con el Gobierno nacional sea el más fructífero posible. Y lo decimos porque la realidad es que esta interacción al día de hoy ha sido negativa para la salud de la República. La discriminación hecha por Petro al convocar a la Casa de Nariño a los mandatarios seccionales y municipales, una vez pasado el debate del 29 de octubre, sentó un funesto precedente al reunirse, primero con los cercanos a sus tesis ideológicas y luego, con los que él considera sus contrarios, como si en realidad hubiese sido elegido solamente para gobernar con los suyos.
Esa interacción institucional es un mandato que lo obliga como presidente de todos los colombianos, por encima de consideraciones ideológicas, muy distinta a lo expresado en su discurso de posesión al llamar a la unidad nacional. Sin importarle las consecuencias de sus actos, Petro no esconde sus propósitos y los instrumentos para alcanzarlos. Para ello, se alinea con todos los gobiernos totalitarios que socavan las libertades, no disimulando su agrado por tener como vecino a un sátrapa ignorante que ha sumido en la pobreza y la indignación a los suyos, generando el mayor éxodo en la historia reciente de la región y una de las mayores crisis de desplazados del mundo. El apoyo ciudadano y la integridad de las instituciones son pilares fundamentales para la defensa y conservación de nuestra democracia, que hoy más que nunca se siente amenazada por un gobernante que, sin apego a ella, improvisa, fustiga y desconoce olímpicamente a las otras ramas del poder público.
El panorama para este 2024 no puede ser más desolador. Colombia enfrenta un incierto y desafiante futuro. Los riesgos de que la principal economía del planeta esté cerca de una recesión, más los que amenazan con añadir persistencia a la inflación subyacente, entre ellos las implicaciones del aumento del salario mínimo, aprobado por decreto en un 12%, sumado a los intereses, las reformas laboral y pensional y al manejo de la política en general, son algunos de los factores que podrían afectar el crecimiento y el bienestar social del país. El efecto de un desmedido gasto público presiona incrementos de costos que se trasladarían al consumidor final. Lo cierto y real es que se siente una profunda desaceleración económica en todos los frentes. El costo de vida se verá fuertemente impactado por el Fenómeno de El Niño, cuya intensidad se apreciará entre mediados y fines de enero sin que tengamos clara su duración. Los incrementos de la gasolina y del ACPM aumentarán las tensiones y, para completar, el costo de la inflación se indexará a los precios de los servicios y productos como arriendos, cuotas de administración, educación, servicios públicos y peajes. Otro año, en el que el aumento del salario no compensará los altos costos del diario vivir.
Ah, olvidaba que en este 2024 sentiremos el impacto directo de la reforma tributaria del Gobierno Petro, en el que los beneficios de las deducciones se reducirán ostensiblemente, contrastando con la largueza con que premia a los delincuentes, golpeando a quienes sí producen. Dentro de las preocupaciones inflacionarias de comienzos de año, la que más pesa es la del arriendo que fácilmente puede significar la cuarta parte del presupuesto del hogar. Este, puede subir máximo la inflación causada en el año inmediatamente anterior, que para 2024 podría ser del 10%, que es el nivel con que se espera termine este indicador en el 2023. Han sido tiempos duros, estos que empezaron con la pandemia en el 2020. Años de guerras, de desplazamientos, de crisis económicas, agravadas con la llegada de un gobierno de izquierda que todo lo improvisa y lo peor, que pretende arrasar con todo lo construido en un gran esfuerzo de unidad nacional, como lo fue la reforma a la salud, que sin detenerse a corregir los errores que desde luego, el sistema actual tiene, destruye 30 largos años de experiencia y conocimiento para volver a empezar de cero.
El inmenso apoyo con que llegó Petro a la Presidencia lo tiró por la ventana, en el convencimiento de ser el mesías que el pueblo esperaba, cuando no ha sido más que un charlatán con dones de prestidigitador, que endulzó el oído de quienes estaban hartos de la rapiña de una clase política que sigue haciendo de las suyas, bajo la dirección de un mediocre que supo enredar con su verbo, pero que como gerente de la empresa que se llama Colombia, ha sido el más grande fiasco en toda la historia.