No buscando moderar posiciones, sino apurando resultados en su programa del Pacto Histórico, el presidente Petro arrancó, ahora sí, sin maquillajes ni caretas, con su verdadero Gobierno de izquierda, siguiendo a pie juntillas la cartilla del Foro de Sao Paulo. La coalición de su partido con el Liberal, Conservador y de La U., no fue más que una simple treta para tranquilizar la alterada expectativa nacional frente a su triunfo, conocedor como el que más de la liviandad moral e ideológica de los congresistas. Calculó que con la mermelada los tendría ahítos, sin darse cabal cuenta que con el paso del tiempo, más y más mermelada exigirían como chantajistas profesionales, hasta que se hartó del insaciable apetito, determinando dar por finalizado el acuerdo, cogiendo el toro por los cachos y sin rubor alguno desde el balcón de la Casa de Nariño, le notificó al país político y nacional que las reformas presentadas al Congreso, serían aprobadas por las buenas o por las malas, reafirmando su compromiso de ser fiel al mandato popular recibido. Si bien es cierto, obtuvo un guarismo electoral elevado, no es menos cierto que su mandato no fue lo suficientemente contundente, pues por unos pocos votos superó a la media Colombia que votó en su contra. Su victoria no lo autoriza a desafiar a un país que como el nuestro, lejos, muy lejos está de Venezuela, de Bolivia, Nicaragua o Cuba. Su primera respuesta la obtuvo de las 540.000 familias campesinas que conforman el gremio caficultor, que representadas en el Congreso Cafetero, no se dejaron intimidar ante su exigencia de cambiar la terna de postulados a la Gerencia de la Federación Nacional, procediendo a elegir por unanimidad al huilense Germán Bahamón, por lo que afirmó: “Dialogaré con las organizaciones de base”, en un tácito desconocimiento a la institucionalidad cafetera. De idéntica manera el gremio de gremios como es conocido el Consejo Gremial Nacional (CGN), y del cual hacen parte los empresarios del país, le pidieron al Presidente “cumplir con la obligación constitucional de simbolizar la unidad nacional y a respetar el equilibrio de los poderes públicos. Colombia es un Estado Social de Derecho, democrático, participativo y pluralista, debiendo por tanto, garantizar el orden político, económico y social del país”. Igualmente le recuerdan que el Congreso de la República, que representa la voz del pueblo, fue elegido democráticamente por más de 18 millones de colombianos, 7 millones por encima de los obtenidos por él como presidente. El llamado a salir a la calle, expresado desde el balcón, saludando a la clase trabajadora el 1° de mayo, para presionar a través de movilizaciones masivas la aprobación de las reformas, haciéndole saber a los demás poderes públicos que las cosas se deben hacer como la Casa de Nariño quiere, es, a más de una bofetada a nuestras instituciones, un insulto a nuestra tradición democrática, solo interrumpida en el siglo XX por el General Rojas Pinilla entre 1953 y 1957. El asomo de las orejas de lobo llamando a una revolución, contrasta con la más reciente encuesta de Invamer, según la cual en abril la opinión desfavorable del Presidente llegó a 57% y su aprobación a 35%. Semejante desplome está relacionado con una visión más negativa de la realidad que hoy vivimos. La encuesta muestra que tres de cada cuatro personas interrogadas creen que las cosas con Petro están empeorando, mientras el 16% piensa que van mejor. En la política, que es el arte de lo posible, para conseguir resultados tangibles se requiere conversar y concertar puntos medios. Petro ha gastado toda su energía en ella, sin aprender realmente a gobernar, como lo demostró; primero como alcalde de Bogotá y ahora como Presidente. Pretender imponer sus reformas a la brava, nos llevará a un fuerte enfrentamiento con la Primera Línea, comprada y pagada como Gestores de Paz. Lejos de verse el retiro de la ministra Corcho como un gesto conciliador, lo que se sigue es el camino de la confrontación que, como terrorista y guerrillero bien conoce, formación de la que nunca fue miembro destacado, sino alguien del montón, razón que lo hace proceder con resentimiento y desquite, cuando hoy, por su obstinación y persistencia y, por sobre todo, por la oportunidad, supo encaramarse encima de la ola. De no reaccionar, asumiendo nuestra responsabilidad por elegir a quien desenfrenadamente conduce la República, en muy poco tiempo, por igual, hombres y mujeres seremos capados, no como reza el dicho popular; de pie y sin dolor, sino todo lo contrario, con gran dolor por no responder como debimos.