Han concluido los juegos intercolegiados, un emocionante certamen escolar y deportivo que deja hermosas páginas en la libreta de la vida de los estudiantes que tuvieron la oportunidad de vivir esta bella experiencia. Este ya es el cuarto artículo sobre este certamen, y demando de usted, amigo lector, toda su consideración, pues al sumergirme en las profundidades humanas de esta cita deportiva, me encuentro con pedazos de vida que no quisiera dejar pasar inadvertidos, porque es la otra cara de los juegos la que los hace mágicos, indescriptibles y sencillamente emocionantes.
Para prueba de esto, lean la historia que les traigo hoy: Angelly es una niña de sexto grado con un trastorno del espectro autista. Los niños bajo esta condición tienen limitaciones motrices y, en consecuencia, los deportes no son su virtud. El profe Richard está animando a los chicos de su colegio para que participen en los juegos intercolegiados y se presenten a las convocatorias que el colegio ha hecho para los diferentes deportes.
Obviamente los deportes de conjunto como el baloncesto, el fútbol, el voleibol y el fútbol-sala son los más apetecidos y en los cuales todos los chicos quieren estar. El profe de manera muy hábil logra inscribir en atletismo a muchos de los niños que no clasificaron en los deportes más apetecidos, al punto que alcanza una masiva inscripción en atletismo, a sabiendas de que no es una disciplina que se corresponda con las dinámicas deportivas escolares de la cotidianidad.
Dentro del grupo inscribió a Angelly. Llegado el día de la competencia en la pista atlética del estadio Palogrande, se encuentran los casi 150 atletas que por el colegio participarán de la prueba de atletismo. Allí está Angelly con el número 107 y toda la indumentaria necesaria para competencia. Está embargada de emoción y con una expectativa inmensa por la competencia que tendrá en escasos minutos.
El rector se encuentra allí, y al notar la presencia de Angelly con notorias dificultades motrices, cuestiona al profe: “Richard, está bien buscar una nutrida participación de los estudiantes, pero dígame ¿qué pretende con Angelly en una prueba de atletismo?”. “Ahora lo verá, señor rector”, contestó con gesto de complacencia el profe.
A los dos minutos inició la prueba eliminatoria de los 100 metros. Angelly va por el quinto carril, y tan solo en el arranque le sacaron algo más de 10 metros. Cada segundo se torna interminable y las distancias se van haciendo infinitas entre las niñas que pelean por el pódium y Angelly lucha fatigada buscando llegar a la meta. Pronto termina la prueba y se conoce el pódium, pero Angelly aún no termina su recorrido y le falta más de 40 metros. Inesperadamente, se escucharon los coros de apoyo de todos los asistentes, y quien lidera es el profe Richard. Angelly parece entregar su último aliento y se siente desfallecer, pero los coros de propios y extraños son cada vez más intensos, y esto hace que Angelly lo dé todo y decida sin límite alguno entregarse a la conquista de la meta. Angelly traspasa la línea de meta, y los vivas, aplausos y coros de euforia no se hacen esperar. Angelly levanta los brazos y cae sin aliento en medio de la pista, donde es recogida en brazos por el profe Richard, quien a su vez mira el rector y le dice: “Señor rector, ya sabe para que la traje”.
Indudablemente la magia de estos juegos es tal que permite que haya muchos capeones sin medalla. Angelly no ganó ni una sola medalla, pero ha sido toda una campeona. También usted, profe Richard, es un campeón sin medalla.