En nuestro país, se han firmado numerosos tratados, documentos y acuerdos nacionales e internacionales en defensa de los derechos de los niños. La Constitución Política de Colombia y específicamente la Ley General de Educación han incorporado tratados internacionales emanados por el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), los cuales están relacionados con tales derechos. Basta con recordar las palabras de nuestro Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez como representante de la comisión de sabios en la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo: “Por un país al alcance de los niños”. Sin embargo, la realidad de los niños en Colombia no refleja una garantía de sus derechos y su dignidad humana, y muy lejos está el país del sueño garciamarquiano.
¿Qué viven ellos exactamente en su realidad cotidiana? ¿El día a día de los niños de nuestro país da clara cuenta de que Colombia es una nación garantista de sus derechos? La respuesta es un rotundo no. A diario, presenciamos situaciones que contradicen las nobles intenciones expresadas en diversos documentos y teorías. Niños que no asisten a la escuela por múltiples razones, que carecen de acceso a las tres comidas diarias, que no pueden acceder al sistema de salud, que no cuentan con un techo y una vivienda digna, que duermen en las calles sin más abrigo que la basura misma. Sufren abusos y discriminaciones, y en muchas ocasiones son explotados por sus propios padres. Esta es la triste realidad que afecta a muchos niños, mientras que en oficinas, ministerios, institutos, comisarias e, incluso, en el Congreso y las escuelas reposan elegantemente cientos de documentos que abogan por la construcción de un país al alcance de los niños.
Incluso la escuela, en muchos casos, se convierte en un escenario de vulneración y negación de derechos. La desatención de los niños con necesidades educativas diversas y talentos excepcionales, la ausencia de profesores de educación física, recreación y deporte, así como de educación artística, junto con la precariedad de los espacios físicos y el equipamiento escolar, son pruebas irrefutables del desconocimiento de los derechos que hoy debieran tener nuestros niños.
Quiero hacer un llamado a maestros y directivos para que, desde la escuela, empecemos a cambiar esta realidad. Demostrémosle al país que es posible construir una escuela al alcance de los niños, incluso si eso implica la necesidad de fundar un sindicato de los niños, y que el profe sea su presidente.