Brandon es un chico de catorce años que estudia en un colegio público de la ciudad. En los últimos días, ha despertado su interés por el deporte, especialmente el voleibol. Desde el inicio de las convocatorias, ha permanecido pendiente de cada llamado a entrenamiento, y su interés inmediato era formar parte del seleccionado de su colegio que participaría en los Juegos Intercolegiados 2023. Este propósito lo logró no solo por sus condiciones personales para la práctica de este deporte, sino también por su disciplina y compromiso.
Llegar a ocupar una de las posiciones titulares del equipo fue otro gran reto que Brandon tuvo que enfrentar; pero no le preocupó. Confía en sus capacidades y condiciones, y el solo hecho de pertenecer al equipo ya es un gran logro para sus aspiraciones. Cierto día, cuando el equipo estaba en una de sus sesiones de entrenamiento, el rector realizó su acostumbrada ronda presencial de contacto con la cotidianidad de su escuela. Se detuvo a observar por unos breves minutos la práctica y notó que una de las principales figuras de la selección, Milton, no estaba presente en su función de pasador, siendo él un indiscutible titular y capitán.
El técnico, al descubrir la presencia del rector, se le acercó. Luego del saludo de rutina, le manifestó: “Rector, tenemos una novedad”. “Cuénteme, profe”, contestó el rector. “Milton anda desmotivado y ausente de los entrenamientos, y así no lo puedo tener en cuenta por más figura que sea”. “Me parece sensato, profe, ¿y entonces cómo ha pensado sustituirlo?”. “Esa es la mejor noticia, rector. Mire, allí estoy ensayando a Brandon. Ya llevamos tres entrenos y estoy muy satisfecho. Ese niño es una maravilla, tiene unas ganas y una pasión que ojalá las contagiara a todo el equipo, a pesar de su…”. El profe guardó silencio, pero el rector le indagó: “¿A pesar de qué, profe?”. “Obsérvelo usted mismo, jefe”.
El profe llamó a Brandon y le preguntó: “¿Usted conoce al rector?”. “Sí, sí, profe”, respondió Brandon. “Salúdelo pues, hombre, dele esa mano como se saludan los amigos”. Brandon extendió su mano al rector, quien respondió con igual gesto, y al sentir cuatro muñones en su mano derecha en lugar de las falanges, lo observó detenidamente a los ojos y le dio un fuerte abrazo, inicialmente contagiado de tristeza, pero al instante matizado por la broma, cuando el estudiante le dijo: “Rector, la ventaja es que jamás me podrán sancionar por doblar, ja, ja, ja…”.
El pasador en voleibol es el jugador encargado del toque final al balón antes del ataque. También se llama acomodador, y de él depende en buena medida la efectividad del ataque. No solo debe regular la intensidad y velocidad del balón, sino también el punto exacto que determina dimensiones de espacio y altura, definiendo así la eficacia del ataque. No necesitamos ser expertos en esta disciplina para entender la influencia de las diez falanges en la precisión del toque del balón para lograr los propósitos y la misión del pasador.
En el caso de Brandon, solo tiene seis: cinco en su mano izquierda y una sola en su mano derecha. En palabras del profe, este muchacho desafía muchos de los tratados de expertos en este deporte. Según ellos, un chico como Brandon, con esa carencia fisiológica, es absolutamente imposible que practique el voleibol, y mucho menos en función de pasador. Lo que no sabían es que hay manos mentales, espirituales y emocionales que pueden compensar con creces las que físicamente se han atrofiado. Espero que este ejemplo de Brandon sea imitado por muchos, quienes teniendo más dan menos, y que al igual que Beethoven, desarrollen la principal obra de su vida en medio de la carencia y la dificultad.