En Este mar narrativo, el escritor venezolano José Balza (1939), quien acaba de recibir a los 83 años de edad el VIII Premio de ensayo de la Academia Mexicana de la Lengua, reúne ensayos relacionados con el ejercicio novelísico, partiendo de un original estudio sobre El Quijote. Algunos de los textos abordan otros temas, como la técnica novelística en general, las proposiciones de la nueva novela francesa, o las obras de Proust, Kafka, Durrell, Onetti, Cortázar, Rulfo y otros autores de este siglo.
Todos estos estudios, escritos algunos en la década de los 60, parten de la pasión del autor por la lectura, lo que lo incita a buscar zonas inéditas en las obras estudiadas sin otro ánimo que dar luz, abrir puertas, desmontar edificios literarios o buscar los secretos designios de un material tan vasto y complejo. A diferencia de la mayoría de los críticos académicos, Balza nos introduce a su mundo por las vías únicas del goce. El tema es uno y exclusivo: el arte de novelar, sus secretos y misterios.
Balza inicia el libro con un extenso y delicioso ensayo sobre El Quijote de Miguel de Cervantes Saavedra, elaborado a la luz de la actualidad. Lo novedoso de este tipo de abordaje es que pone a dialogar la obra magna del género con autores contemporáneos e incluso con teorías actuales, mostrándola como precursora de los más variados usos y técnicas de hoy. Hubiera sido inútil insistir en los trillados estudios cervantistas, cuya cantidad y desmesura enloquecería al más aplicado de los eruditos. En unas 70 páginas, el venezolano aborda desde su óptica las escenas o capítulos a su parecer más importantes, reflexiona en torno a los personajes centrales y la vasta gama de los secundarios, haciéndonos volver al mundo inagotable de Cervantes. Asimismo, discurre sobre las proezas técnicas del autor y sobre ese tejido de máscaras con las que se oculta el narrador para darnos la trampa de su genio.
Concluye en la cueva de Montesinos, zona de la obra donde al parecer triunfa no solo el autor, sino el género como tal. Dice Balza que “La cueva de Montesinos -indescifrable siempre: por su magia anecdótica, por su conciso diseño narrativo, por ser texto que no deriva de autor conocido- unifica dentro de la novela un extraño momento: el de lo alto y lo bajo, el de lo visible y lo contado, el de las confluencias temporales. En ella parece habitar la síntesis de una forma literaria que, siendo novelesca, siendo novela, celebra a la novela misma y a cuanto el corazón de la ficción pueda contener. En la aventura de la cueva hay una manera suprema dentro de El Quijote de inhalar y testificar al mundo; allí triunfa la novela (o una superación de la novela)”.
Carlos Fuentes dijo que cada año dedicaba la Semana Santa a leer El Quijote. Todo novelista que se respete debe hacer este “ejercicio espiritual”, luego del cual está preparado para un nuevo año de sorpresas y creaciones. No habrá jamás una relectura de esa obra que no suscite nuevas emociones o revele aristas inéditas. Además del goce argumental, de la sabiduría que entraña, El Quijote sorprende porque esa masa de palabras posee una energía que estremece a cualquiera. En el castellano monstruosamente vivo que nos habla y nos inunda de olores y lágrimas. Volver a él es descubrir el poder de las palabras, cuyo imperio trasciende los siglos, incluso menos golpeadas por el tiempo que ciertas pirámides o templos milenarios.
Más adelante, hablando de los novelistas más impactantes del siglo, como Proust, Joyce, Kafka, Musil, y otros nuevos, como Huxley, Faulkner o Dos Passos, Balza refrenda lo dicho muchos años antes respecto al tiempo y el espacio, entre los que transcurre la aventura narrativa y expone los rumbos futuros que ahora se vislumbran. A través de su estilo ensayístico, los lectores llegamos a la certeza de que, como se dice en El Quijote, “todo es ficción, fábula y mentira, y sueños contados por hombres medio despiertos, o, mejor, medio dormidos”.
Balza agrega que “todo se debe a la acumulación de una energía colectiva (lo imaginario) que emerge desde los hombres, se independiza de ellos, y, como un dios, vuelve a su destino para poseerlos; a un dinámico núcleo que irrespeta lo siglos, las mentes, los lugares”.
Desentrañar el artilugio de la ficción es el objetivo de Este mar narrativo, una de las muchas obras de ensayo de Balza, publicada en 1987 por el mexicano Fondo de Cultura Económica y que solo se consigue en librerías de viejo. Tambien ha escrito novelas experimentales y libros de relatos y ha ejercido la academia en varias universidades.
El Premio de ensayo, un justo reconocimiento a su generación literaria, lleva el nombre de otro gran ensayista latinoamericano, el dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946), precursor del género en el siglo XX. Balza es otro de esos grandes autores latinoamericanos secretos que como los colombianos Germán Espinosa y Fernando Cruz Kronfly, debemos leer en estos tiempos de algarabía y amnesia.