“Todo para mi ha sido una magnífica y preciosa experiencia”, dijo con firmeza Maruja Vieira al ser condecorada esta semana por el canciller Alvaro Leyva en una ceremonia celebrada en su apartamento de Bogotá con la Orden Nacional al mérito en el grado de Gran Cruz.
En presencia de su hija, la también poeta Ana Mercedes Vivas, amigos y funcionarios, la autora de Campanario de Lluvia y Los poemas de la ausencia, prologado por Baldomero Sanín Cano, con claridad diáfana aparecía en ese instante como la enérgica y excepcional sabia de la tribu, a quien el don de la longevidad le ha sido otorgado para fortalecernos, darnos esperanza y llevarnos a puerto en medio de las tempestades.
Maruja estaba vestida de negro, muy elegante, lo que resaltaba el bello cordón púrpura de bordes blancos de la orden que cruzaba su pecho, así como la flor estrellada del mismo color que acompaña al galardón y se coloca a un costado como una estrella.
El reconocimiento en esa sencilla ceremonia íntima a esta gran poeta colombiana del siglo XX y el primer cuarto de siglo XXI, quien cumplió cien años de edad en diciembre pasado, nos mostró a una poeta que con lucidez recitó de memoria uno de sus bellos poemas dedicados al rey loco de Baviera, quien delira junto a un lago esperando la muerte y después dio las gracias por la presea otorgada en honor a una vida dedicada totalmente a la poesía y al bien.
Maruja Vieira nació en Manizales el 25 de diciembre de 1922 y de niña fue testigo especial desde el balcón de su casa situada en el Parque Caldas de los incendios que devastaron parte de la ciudad y significaron un hito histórico y una oportunidad también de rehacerse y fortalecerse gracias al esplendor arquitectónico y la osadía de la construcción de la enorme catedral neogótica diseñada por el francés Julien Polty y construida por la compañía de los italianos Papio y Bonarda, así como de múltiples edificios, mansiones, palacios y casas que hoy hacen parte del Centro histórico.
En alguno de esos poemas evoca esas llamas y la zozobra vivida por los habitantes y en otro texto alcanza a rescatar de su memoria la actividad de su padre y el hermano, el intelectual, político y pensador Gilberto Vieira en esas jornadas drámaticas donde muchos ciudadanos acudían a tratar de conjurar la tragedia y apagar las llamas que amenazabn con arrasarlo todo para siempre y regresaban a casa oliendo a humo.
Su prosa y su poesía
Siempre he pensado que Maruja Vieira se vio de niña confrontada por destino a ese apocalipsis ígneo de la ciudad y que por ello, como los grandes sabios griegos, asiáticos, nórdicos, africanos, americanos o mediorientales acumula en su energía un poder curativo y mágico. También después Maruja se enfrentó a otros apocalipsis sin fin sucedidos en Colombia, país al que ha sido fiel a lo largo de su vida, donde ha trabajado y luchado por los derechos de la mujer y de la humanidad entera, acompañándonos con su excepcional serenidad de palabra y corazón.
María Vieira White, que a sugerencia de su amigo el gran poeta Pablo Neruda cambió su nombre por el de Maruja, pertenece a una notable generación de grandes autores nacidos alrededor de los años 20 del siglo pasado, entre los que figuran Elisa Mújica, Meira del Mar, Dora Castellanos, Alvaro Mutis, Manuel Mejía Vallejo, Héctor Rojas Herazo, Jorge Gaitán Durán, Eduardo Cote Lamus, Pedro Gómez Valderrama y Fernando Charry Lara, entre muchos otros, de la cual ella es la única sobreviviente.
Todos ellos fueron gente de bien, humanistas, amantes del arte, alertas observadores de los conflictos nacionales y mundiales y trabajadores en las disciplinas y oficios que ejercieron para ganarse la vida con honradez. Maruja compartió con ellos y otros hombres y mujeres de antes de su generación, como Matilde Espinosa, el genial Leon de Greiff, los piedracielistas Eduardo Carranza y Jorge Rojas, o el moderno Rogelio Echeverría y en la Bogotá de entonces recibió y compartió con figuras literarias que llegaban a Colombia.
Vivió la tragedia del 9 de abril como funcionaria de la empresa J. Glottman, con la que trabajó muchos años, y después a lo largo de las décadas fue testigo de los aciagos años de la violencia, el narcotráfico, la corrupción y los conflictos y las luchas sociales a lo largo del siglo XXI, a las que siempre estuvo atenta. Ha vivido en varias ciudades del país y tambièn trabajó temporadas en Venezuela, antes de desempeñarse en las instituciones culturales del país. De su viajes por el mundo se refiere en varios poemas inolvidables.
Por eso Maruja brilló en esta ceremonia simbólica organizada por la Cancillería colombiana como la fuerza de una Colombia que debe ser irrigada siempre por “esa palabra que nunca es guerra, que nunca es muerte”, como dijo en su alocución el canciller Leyva frente ella, sentada en su trono de tiempo y de luz.
Busquemos ahora los poemarios de Maruja Vieira, léamolos en silencio, pensemos en las luchas de esta mujer colombiana que desde la atalaya de un siglo nos reconcilia con la poesía, el tiempo, la tempestad y la noche estrellada.