El premio Reina Sofía de poesía 2024, antesala del Cervantes, otorgado a Piedad Bonnet, es una muy buena noticia para Colombia y Latinoamérica, primero porque premia una vasta obra poética y narrativa sostenida a lo largo de las décadas, que se inscribe dentro de la corriente vitalista, íntima y autobiográfica, iniciada antes por la llamada Generación desencantada, que renovó el ejercicio poético del país en los años 70 y fue encabezada entre otros por los ya fallecidos María Mercedes Carranza y Juan Gustavo Cobo Borda.
Los grandes premios hispanos creados en la transición democrática surgida después del fin de la dictadura franquista en España han sido muy esquivos para los autores colombianos, por lo que este galardón a Bonnet abre el camino a otros reconocimientos, pues están en plena actividad varias generaciones de autores de altas calidades y vastas obras. Hasta ahora solo había obtenido el trio de premios consagratorios Reina Sofia, Asturias y Cervantes, el gran Álvaro Mutis, autor de la celebrada Summa de Maqroll el Gaviero y la posterior saga narrativa.
García Márquez avisó desde temprano que no le interesaba el Premio Cervantes, pues ya había ganado el Nobel y desde entonces el costeño rechazó todos los galardones que le ofrecían a cántaros. Otros países con instituciones culturales más sólidas y ancladas diplomáticamente en Madrid promocionaron a sus autores, logrando premios sucesivos para los suyos en los casos de México, Chile, Uruguay y Argentina, mientras Colombia toda seguía encerrada en el autismo, mirándose siempre el ombligo canceroso de su Violencia.
Ya era hora de que se abriera una puerta a Colombia en Madrid y el galardón recae para nuestro regocijo en una autora de mi generación, la que se ha venido llamando la Generación Sin Cuenta, de nacidos en la década del medio siglo, compuesta por decenas de autoras y autores con sólidas obras poéticas, narrativas y ensayísticas.
Muchas veces lejos de los reflectores, discretos, muchos de estos autores, como la propia Piedad Bonnet, han vivido este medio siglo en plena actividad sobreviviendo en el país a varias oleadas de atroces deflagraciones de violencia propiciadas por guerrillas, narcotraficantes y paramilitares, junto a las actividades ilegales del Ejército y los servicios secretos que contribuyeron también al exterminio de generaciones de luchadores sociales y cuyo culmen de horror fue el episodio del genocidio de los famosos falsos positivos, cometido apenas hace una década.
Piedad Bonnet y otros autores de su generación Sin Cuenta han estado ahí en medio de la guerra y la algarabía de la politiquería corrupta mostrando valor y estoicismo admirables, escribiendo contra viento y marea, resistiendo en un mundo donde la cultura fue perdiendo cada vez más su protagonismo para ser reemplazada por la codicia del arribismo, el dinero y la pulsión necrófila. En universidades y centros culturales situados casi en las catatumbas, ellos han mantenido el fuego de la palabra en Colombia, atizando con su aliento las llamas para que no desaparezcan dejando un rastro de cenizas.
En sus poemas y narraciones, Bonnet ha abordado la vida íntima, cotidiana, el desamor, la locura, la soledad y ha tenido el valor de asumir la tragedia personal en uno de sus libros autobiográficos más leídos, Lo que no tiene nombre (2013). Los lectores encuentran en su palabra un bálsamo o al menos una compañía para seguir en el camino de la vida.
Bonnet nació en Amalfi (Antioquia), pero siempre ha vivido en la capital, donde se ha desempeñado como docente en la Universidad de los Andes y otras instituciones. También ha escrito piezas de teatro y representado al país en congresos, festivales de poesía y ferias del libro internacionales.
La he visto desde hace mucho tiempo en diversas jornadas de literatura colombiana celebradas en la Ciudad de México hace más de tres décadas, cuando aún estaban vivos Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis y con ella y otros amigos recorrimos las calles de ese país que siempre nos ha acogido con afecto, guiados tal vez por el fantasma de Porfirio Barba Jacob, el poeta que para Octavio Paz era un “modernista rezagado”.
Pero también la he visto en plena actividad en encuentros poéticos en Colombia, como ese cónclave latinoamericano inolvidable organizado a principios del siglo en el Instituto Caro y Cuervo, propiciado por su director Ignacio Chávez, al que asistieron entre otros Ida Vitale, Carlos Germán Belli, Óscar Hanh, Fernando Charry Lara, Maruja Vieira, Meira del Mar, Juan Manuel Roca y Pedro Lastra.
O sea que el Premio Reina Sofía a Piedad Bonnet es un galardón que celebra la actividad poética colombiana de este reciente medio siglo, ejercida en las catacumbas del país, mientras afuera hacen de las suyas los bandidos y los asesinos. Que venga el tiempo de releer a tantos poetas secretos colombianos, hombres y mujeres que en todos los rincones del país no dejan morir la llama de la poesía.