La Navidad es una época anhelada por muchos, es quizás la fiesta más importante a nivel mundial, que conmemora, en más de 160 países, el nacimiento de Jesús de Nazareth, independiente de la religión profesada. Sus primeras celebraciones se remontan al 6 de enero junto con la Epifanía, que recuerda la visita de los reyes magos a Jesús, según la fe cristiana.
Sin embargo, en el siglo IV, el papa Julio I comenzó a celebrar el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre, probablemente para coincidir con las fiestas paganas. En la antigua Roma, se celebraba el festival de Saturnalia en honor al dios Saturno, mientras que en el norte de Europa se conmemoraba el solsticio de invierno con el festival de Yule.
La tradición navideña incluye muchos símbolos, el más importante es el pesebre que representa la natividad del hijo de Dios; el árbol de Navidad, de origen alemán que simboliza la vida eterna; Santa Claus mejor conocido como Papá Noel, inspirado en San Nicolás, un obispo del siglo IV destacado por su generosidad; hay más: luces, regalos, villancicos, celebraciones religiosas, etc.
Particularmente en Colombia el inicio formal de la Navidad es el 7 de diciembre, conocido como el Día de las Velitas, donde desde la época de la colonia se ilumina el camino de la Virgen María como víspera a la fiesta católica de la Inmaculada Concepción que se celebra el 8 de diciembre.
En lo personal y por algún extraño motivo, la Navidad siempre me ha producido nostalgia. De hecho creo que tengo algo del grinch de la Navidad. Disfruto poco de las tradicionales decoraciones; en medio de las ocupaciones y con la excusa de tener un hijo adulto, me doy permiso a veces de no decorar. Por otra parte, me parece que no tiene sentido la frenética carrera comercial en torno a los regalos, con la angustia que esto puede representar para muchos por la falta de recursos. Para expresar el amor y compartir con las personas del corazón no son necesarios. Lo que sí disfruto son los encuentros con la familia y los amigos en torno a estas festividades, esos sí son regalos que no tienen precio.
Soy más de lo interno, que de lo externo. Lo más relevante para mí es lo que pasa dentro de uno. Las velas se encienden el 7 y el 8 en mi caso, como oración a María, en signo de gratitud, incluyendo no solo lo bueno (que es mucho), sino lo que me ha roto y lo que me duele. Como diría Lorena (mi maestra de mindfulness): “Benditas las crisis”, “Por donde se rompe, es por donde entra la luz”. Haberla encontrado en el camino ha sido una de mis mayores bendiciones, así como quienes fueron mi sostén este año. ¡Gracias, gracias!.
El 16 de diciembre empecé a recibir el amor del Niño Dios, con un hermoso retiro de silencio, quienes me conocen no me lo deben creer, pero eso de mirar para adentro es una experiencia sublime que vale la pena regalarse.
Mañana celebraremos el fin de este 2023, que en mi caso, fue un maestro en toda la extensión de la palabra, y el inicio del 2024 lleno de esperanza. Por mi parte seguiré trabajando con la disciplina que me caracteriza en una mejor versión propia, más consciente y más compasiva, primero conmigo misma y luego con los demás.
A ustedes les deseo para el 2024 los aprendizajes que necesiten para ser mejores, que conserven en sus corazones la paz del Niño Dios y mucha disciplina para que cumplan sus metas. ¡Nada es mágico!