Fanny Bernal Orozco * [email protected]
La Organización Mundial de la Salud declaró el año pasado, a la soledad, como una prioridad mundial. Ya en algunos países existe el Ministerio de la Soledad y, según varias investigaciones, la pandemia dejó en muchos seres humanos serias afectaciones mentales, emocionales y físicas.
El sentirse solo o el no tener con quién conversar o compartir fueron situaciones que influyeron para que los conflictos familiares, de pareja, de convivencia con los otros y consigo mismo se hicieran mucho más evidentes y dramáticos.
La pandemia llegó y sin previo aviso, en poco tiempo, todas las personas tuvimos que cambiar abruptamente hábitos, horarios; así como las formas de asumir las relaciones familiares, laborales, académicas, de vecindad.
Quedarse en casa, estudiar y trabajar desde allí, para algunos miembros de las familias, resultó siendo una tortura. La intimidad con sus más cercanos propició emociones perturbadoras e hizo evidentes grietas en los vínculos afectivos. Agudizó ese sentimiento de soledad, aún estando acompañados. Al salir a la luz tantos y tan delicados problemas, la vida se volvió un caos y, en ese caos, la soledad fue y ha sido una queja que se ha propagado y va en acelerado aumento.
Existe una diferencia entre estar solo y sentirse solo. Tener clara esta diferencia permite saber por dónde se comienza el apoyo. Es válido afirmar que no siempre la soledad es negativa. Es más, en muchas ocasiones es un recurso emocional positivo y necesario para hacer reflexiones y cambios en el sendero de la vida; en tanto ayuda en las tareas de autorregulación y fortalecimiento de la empatía.
No es ese el caso de la soledad que agobia, que causa miedo, baja autoestima, desconfianza, incertidumbre, ansiedad, estrés e inclusive depresión y desesperanza; y a la que hay que prestarle urgente atención para cuidar y prevenir.
También existen otros seres que se aíslan de los demás. Esta decisión tiene un alto costo en su salud mental y física. Por otra parte, hay quienes son aislados y abandonados por los demás, como si fueran un estorbo. Esto les pasa cada vez más a los viejos y a muchos niños, todos ellos tienen que lidiar con esta experiencia del despojo familiar.
Teniendo en cuenta todos estos aspectos, en el Reino Unido -hace algunos años- comenzaron a formar lo que han denominado recetadores sociales. Según esta experiencia narrada en el libro ¡Cómo salir del pozo!, escrito por Andrés Oppenheimer, muchas personas que buscan ayuda médica en centros asistenciales, lo que requieren es un recetador social.
Esta es una persona que conoce diferentes grupos comunitarios, que se reúnen para conversar, caminar, participar en clubes de lectura, de baile, de escritura; para aprender jardinería u otros oficios, visitar museos o ayudar a otras personas, como objetivo para contrarrestar la soledad y, de paso, rebajar el estrés y la ansiedad.
- ¿Qué piensan ustedes de esta experiencia?, ¿sería viable replicarla en nuestra sociedad?.
* Psicóloga - Docente titular de la Universidad de Manizales.
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