Dice el diccionario de la Real Academia Española, que una olla es una vasija redonda de barro o metal con forma de barriga, con cuello y boca anchos y con una o dos asas que sirve para cocer alimentos. En una investigación realizada por la socióloga Luisa Fernanda Marulanda Gómez, (Revista Virajes, Universidad de Caldas, 2013) también describe las “ollas” como un espacio donde converge la ciudad legal con la ilegal, en torno al mercado de sustancias psicoactivas. Y en materia de gastronomía tradicional, existen otros tipos de “ollas” que ofrecen especialmente en horas de la noche a aquellas personas interesadas en amortiguar unos tragos o en irse a dormir con la barriga llena y a precios muy económicos, caldos con vísceras, ubres, lenguas, albóndigas, orejas y trompas acompañados de papa y yuca.
Hernán Moreno Ortiz escribió en El Tiempo (1997) que la jocosa expresión “está en la olla”, para referirse a quien se encuentra en una situación económica adversa, surgió en Manizales en el Café Osiris que por aquel entonces contaba con un restaurante. Relata que allí trabajaba Leonidas Cárdenas, encargado de servir los cafés y atender las mesas, y que cuando le preguntaban por algún fulano respondía simplemente que “esta en la olla” de Don Carlos, que se encontraba al frente del café. Cuando las personas no tenían para una comida en el restaurante, la opción era la olla.
Tanto las “ollas” de vicio como las “ollas” de comida surgieron en los sesentas. Pero de ambas poco o nada se ha escrito en la historia de Manizales, seguramente por la tendencia de ofrecer visiones heroicas o moralmente admisibles de nuestro entorno y no de nuestras silenciosas posturas en el reconocimiento y comprensión del mercado de estupefacientes, por ejemplo. Las “drogas” o el vicio que se consume en Manizales no cae del cielo y sin duda mucho habrá para contarse al respecto.
Aunque la investigación de Luisa Fernanda Marulanda está enfocada en la ciudad de Pereira, sí plantea unas interesantes reflexiones sobre la modernización en los años setentas de la nueva capital del Risaralda, cuando reconocidos empresarios de telas, café y autopartes aprovechaban soterradamente las rutas del contrabando para revolverle marihuana al asunto y poder atender la fuerte demanda de aquel entonces, como era el caso de Guillermo Vélez, Alcides Arévalo, Fernando Marulanda y especialmente Antonio Correa. Lo paradójico es que actualmente la producción de canabbis es una actividad regulada. Según la Asociación Colombiana de Industrias del cannabis, existen unas 1.200 empresas autorizadas, lo que sin duda tranquiliza el emprendimiento de los cuestionados empresarios. Luego llegaría la cocaína y sus nuevos protagonistas de la región, pero esa es otra historia.
Como bien lo señala la Fundación Ideas para la Paz, las “ollas” de vicio son estructuras complejas, tipo piramidal, con centros mayores y satélites de comercialización y consumo. Perseguir y castigar al consumidor a punta de bolillo sigue siendo una medida absolutamente equivocada; se trata de un desafío en materia de derechos fundamentales y de salud pública. Por eso acudir al prohibicionismo, como lo hizo recientemente el Concejo de Manizales, además de barato y populista fortalece la eficacia simbólica del derecho, según las voces de Mauricio García Villegas, experto en temas de cultura de incumplimiento de normas. Por el contrario educar y crear oportunidades a la población vulnerable y enferma sí es costoso y requiere dedicación y conocimiento.
Desconocer que hay “ollas” de vicio en Manizales es comprensible en la lógica de quienes piensan que en esta ciudad todo es legal, apreciación que resulta favoreciendo el narcomenudeo y las mafias de narcotraficantes.