En el pasado Festival de Música Andina Colombiana “Mono Núñez”, que se celebra tradicionalmente en el Municipio de Ginebra, se otorgó el primer lugar en la categoría de Obra Inédita al bambuco “Paisaje Campesinero”, autoría de la cuyabra residente en Manizales Ana María Naranjo e interpretado por el Dueto Renaceres. Hace un año por esta misma época, había hecho alusión en una de mis columnas a la magnífica obra sobre tela del maestro Alipio Jaramillo Giraldo “Campesinos Caldenses” de 1957 y que hace parte de la colección de la Biblioteca Luis Ángel Arango en Bogotá.
La música y la pintura han sido a través de la historia necesarios instrumentos de arte que evocan y contribuyen a preservar en la memoria el significado de nuestra población campesina. Los gobiernos también han procurado hacer lo que les corresponde y mediante Decreto 834 de 2022 se conservó el primer domingo del mes de junio, ya no como el Día del Campesino sino como el “Día de la Población Campesina”, concepto que reemplaza la tradicional denominación patriarcal, por una más incluyente, colectivista y territorial.
De igual manera, con la expedición del acto legislativo 001 de 2023, que modificó el Artículo 64 de la Constitución Política de Colombia, se elevó a la categoría de sujeto de derechos de especial protección al campesinado colombiano. Lo anterior significa, que la población campesina ha alcanzado por lo menos desde lo artístico y normativo un lugar de profundo reconocimiento. Sin embargo, lo que resulta preocupante, es que muchos de los recientemente aprobados planes de desarrollo de las alcaldías y gobernaciones del país, son absolutamente carentes o deficitarios en el diseño de estrategias, acciones y metas en beneficio de estas comunidades rurales.
En otras palabras, al comparar las estrategias y los presupuestos establecidos entre la población campesina y no campesina, las diferencias resultan siendo tan abismales que terminan convertidas en una negación de sus derechos. Tal situación puede explicarse, según Marc Edelman (Departamento de Antropología de la Universidad de Nueva York en Revista Colombiana de Antropología), por la visión histórica y despectiva que se tiene hacia la población campesina, de verlas como personas subyugadas social y políticamente. Y cuando se trata de movimientos agrarios, se les estigmatiza al tratarlos como organizaciones campesinas pro-subversivas.
Adicionalmente, se les trata como personas de segunda clase, a las cuales se les imponen restricciones legales de facto, como el acceso a la movilidad, la salud, la recreación y la vivienda. Veamos un ejemplo: la Galería de Manizales tiene una terminal de camperos rurales, único medio de movilidad de nuestra población campesina, que adicionalmente la aleja del resto de la ciudad. Si por alguna circunstancia no se pudiere tomar una de estas rutas, el campesino quedaría en una situación realmente calamitosa. Este no sería un problema para quienes vivimos en el área urbana. Así mismo la música guasca o campesina, como también se le suele llamar y que sólo se escucha en lugares donde hay población campesina, debe soportar el mote de música fea, ordinaria o campechana por oposición a la denominada música culta.
Y cuando se trata de la atención del servicio de urgencias en el área rural, la solución es que es preferible no enfermarse. Hemos olvidado, que nuestros colonos que tumbaron monte y transformaron el bosque luego se convirtieron en la primera población campesina y sus mujeres, dedicadas a la huerta, el gallinero y la crianza de los hijos, llegaron a la ancianidad desgastadas, arrinconadas, sin patrimonio y subyugadas indignamente a la caridad de los buenos hijos, parientes o de la misma sociedad que aún las niega en su cotidianidad.