Como dice el proverbio griego de Esopo, “Ayúdate que yo te ayudaré”. Así pudiera catalogarse el recíproco apoyo que emergió entre Nicolás Maduro y Gustavo Petro para la búsqueda de una ‘paz total’ en Colombia e impulsar las negociaciones en México entre la oposición y el régimen venezolano.
Tan bienvenido ha sido el llamado que el presidente de Francia, Emmanuel Macron, brindó su estratégico auspicio y congregó al presidente de Argentina, Alberto Fernández. Pero la comunidad internacional debe observar los anuncios con cautela. No vaya a ser que termine engatusada, con escenarios de mayor violencia y la prolongación de una democracia secuestrada en Venezuela.
Recuérdese que allí sigue el hambre y la desgracia; nada ha cambiado, pero para Maduro sí y mucho. En su anhelo, desde 2019, de posicionarse como árbitro confiable para Venezuela, el presidente Andrés Manuel López Obrador le abrió las puertas de Ciudad de México a Maduro, en septiembre de 2021. Desde entonces, el gobernante venezolano es otro. Lo han legitimado, tiene un canal de comunicación directo con la Casa Blanca y gana con cualquier reinicio de diálogos con la oposición.
Es cierto que el chavismo no va a entregar el poder en una mesa de negociación para que le corten la cabeza, menos tratándose de una camarilla en una lucha existencial y violenta por preservar el poder.
En ese sentido, y como dice el venezolano Jesús Seguías, presidente de la encuestadora Datincorp, “cualquier cambio del gobierno pasa por el chavismo”, máxime si Maduro, con sus 4.1 millones de votos, pudiera ganarle a una oposición que trituró y que unida hoy puede tener 4.5 millones de votos.
Pero una posición pragmática no puede significar, sin embargo, que a Maduro se le acoja como nuevo miembro de la socialité, se olviden sus crímenes de lesa humanidad y se normalice el autoritarismo. Eso sería un gran fracaso de la diplomacia internacional, en especial de aquellos que, como Noruega, siempre abogan por la paz y los diálogos, independiente de los costos o las consecuencias.
Si las negociaciones entre la oposición y el régimen chavista pueden desembocar en un mero lavado de cara de la dictadura venezolana, la propuesta de ‘paz total’ de Petro puede terminar en un agravamiento de las condiciones de seguridad y gobernabilidad de Colombia.
Habría que preguntarse, ¿por qué ahora, después de la paz del gobierno Santos, a falta de uno, a la desmovilizada guerrilla de las Farc le surgieron dos vástagos de nuevas máquinas guerrilleras? Precisamente las que protagonizaron escenas dantescas de confrontación en el Putumayo, con un saldo de 23 muertos, en la víspera de la instalación en Caracas, el 21 de noviembre, de las negociaciones de paz entre el gobierno y el ELN.
Es que sencillamente es un error la entelequia de una ‘paz total’ sobre la base de desconocer al narcotráfico como el gran propulsor de la guerra en Colombia, reconocer políticamente a cualquiera que ejerza control territorial, negociar indiscriminadamente con narcotraficantes, con la ñapa de un impracticable cese al fuego multilateral. El resultado parcial es que nunca el narcotráfico en Colombia ha tenido mayor esplendor como ahora, con una producción histórica, que supera de lejos las 1.500 toneladas de cocaína al año, y una acelerada caída de las incautaciones en el gobierno Petro. Del récord de 734 toneladas incautadas en el 2021 se pasó a 333 entre enero y octubre de 2022.
Valdría la pena que la comunidad internacional sopesara mejor los diagnósticos y los métodos para evitar reciclar frustraciones que dejen estelas de mayor violencia.