Aunque en Colombia no fue noticia, el portal Infodefensa, especializado en asuntos militares, informó: “Biden le recuerda a Petro la oferta de cazas F-16 para la Fuerza Aérea Colombiana. Durante la llamada telefónica que mantuvieron ambos mandatarios –el 21 de junio pasado–, Biden insistió en que la propuesta estadounidense sigue sobre la mesa” (1).
El Biden vendedor de aviones de guerra no debe sorprender. En un libro de su autoría, el conocido banquero estadounidense George Soros contó que entre las principales labores de los presidentes de las potencias estaba ayudarles en sus exportaciones a las transnacionales de sus países.
En su reciente visita a Whashington, el ministro de Defensa de Colombia, Iván Velásquez, reconoció que conversaron sobre esos aviones, pésimo negocio que también intentó Iván Duque –y en plena reforma tributaria de Carrasquilla–, pero que tuvo que engavetar ante el airado reclamo ciudadano, una vez se supo que iba comprar veinticuatro F-16, aviones que a precios de hoy cuestan 5.352 millones de dólares, es decir, 25,5 billones de pesos, más que un año de los nuevos impuestos que promovió Petro.
Esto ocurre a pesar de que el candidato presidencial Gustavo Petro, en trino del 29 de marzo de 2021, así rechazó que Iván Duque comprara esos aviones: “Una Colombia que se gasta 14 billones de pesos en aviones de combate y otra Colombia que decide no hacerlo e invertir ese dinero en sedes universitarias y colegios. ¿Cuál cree que sería la mejor Colombia? Nosotros invertiremos esos recursos en la educación de la gente”, reclamo que le generó el entusiasta respaldo de 3.172 retweets y 11.100 likes, promesa que con cinismo hoy está incumpliendo.
Al ser difícil comprender el tamaño de la montaña de plata que busca malbaratar, sirve comparar la cifra: con ella se pagarían los 13,8 billones de pesos de deudas de las EPS a los hospitales públicos y las clínicas privadas a favor de la salud de los colombianos. O los 20 billones de la deuda histórica del Estado con las universidades públicas. O se multiplicarían por 80 los 320 mil millones anuales del programa de nutrición del ICBF.
Y no hay que comerse el cuento de que esos aviones los necesita Colombia para su seguridad nacional. Porque los poderosísimos F-16 no sirven para perseguir narcotraficantes ni para actuar en conflictos armados internos, pues son armas para guerras internacionales, entre países, riesgo del que por fortuna carecemos. ¿O el presidente Petro informará de qué país proviene la amenaza que justificaría gastarse esta suma enorme, que tanta falta les hace a los millones de colombianos empobrecidos y al aparato productivo nacional?
Para lo que sí podrían servir los F-16 de Colombia –verdad que no puede demostrarse porque ese tipo de acuerdos son secretos– sería para ponerlos bajo las órdenes de la OTAN o del Comando Sur de los Estados Unidos, poderes a los que fue tan sumiso Iván Duque y se esfuerza por serlo Gustavo Petro, ahora tan dedicado a incumplir las promesas de “cambio” con las que engañó para ganar en junio.
¿Habría ganado la Presidencia si sus electores hubieran sabido que, además de botar tanta plata en los carísimos e innecesarios F-16, tendría tantos arrumacos con los que mandan en Whashington, mantendría a Colombia atada a la OTAN, “salvaría” a la Amazonia con helicópteros de guerra entregados por el Comando Sur, dañaría a Gorgona con una base militar para proteger un radar estadounidense y ratificaría los TLC?