No se tiene información verídica sobre el número de colombianos que buscan una segunda opinión ante diagnósticos, terapias o cualquiera de los procesos de rehabilitación, efectuados durante un determinado tiempo, localidad e institución.
Tampoco hay datos estadísticos sobre las enfermedades que inducen a una nueva opinión. Puede presumirse, con un alto grado de certeza, que corresponde a lesiones que comprometen rápidamente la vida del paciente o aquellas que por su cronicidad o tratamiento impliquen una pérdida de la capacidad del enfermo para conservar la integridad física o mental o ambas.
A manera de ejemplo, puede establecerse que los enfermos a quienes se les ha diagnosticado cáncer, se les ha indicado una terapia o las familias desean tener una información más explícita sobre el futuro, en cualquier tiempo, del paciente, son unos de los principales tributarios de las consultas, sin descartar los tratamientos que implican mayores riesgos o son muy difíciles como los trasplantes de órganos sólidos.
La segunda opinión se ha convertido en una conducta permitida que no atenta ni contra el médico ni contra la institución y, en este sentido, se debe entender que siempre es para beneficiar al paciente.
Tampoco un diferente concepto obliga al médico tratante ni a la entidad salvo que se realice por los medios regulados como son las juntas médicas, en las cuales debe participar quien es el responsable, uno o varios, del paciente. Un razonamiento distinto puede ser de mucho valor y, en este sentido, pacientes, médicos, familias e instituciones deben estar dispuestos a analizar otras conductas para con el paciente, quien en última instancia es el centro fundamental de un nuevo discernimiento.
La segunda opinión no siempre termina en indicación de cambio y en no pocas oportunidades confirma lo adecuado que está siendo manejado el paciente, y finalmente esta identidad con lo que está sucediendo no es una pérdida de tiempo ni de espacio.
Las instituciones tienen la obligación de atender las solicitudes de una segunda opinión y deben disponer lo necesario para que ello se logre, sin que por ello se pierda la responsabilidad institucional frente al paciente.
En la medida en que el médico tenga una adecuada relación con su paciente y familia, en la cual sus explicaciones sean oportunas, suficientes y acordes con el estado del enfermo, las segundas opiniones a la que tienen derecho quienes sufren o sus familias serán menos, y si ellas son necesarias se harán directamente y no como una conducta encubierta lejos del conocimiento del médico tratante o de la institución responsable.
Siempre, desde los viejos médicos docentes, se ha expresado y es indispensable considerar al paciente como un ser integral y no sólo por un síntoma como el dolor o un signo como un enrojecimiento o una erupción. Ni signos ni síntomas separados son suficientes, por si solos, para hacer un diagnóstico preciso en medio de la incertidumbre que significa un dictamen.
Por lo tanto, para establecer con un grado adecuado de certeza una definición del estado de un paciente es preciso considerar todos los elementos disponibles.
Hoy no existen tantos, como antes, signos y menos síntomas, considerados clásicos e imperdibles para realizar un diagnóstico, como sucedía al interior de la boca con las manchas de Koplik en sarampión, enfermedad en extinción.
Reiterando, en biología no hay nada 100% seguro. En todo hay un grado de incertidumbre; ello a propósito de los resultados de las muestras analizadas por el laboratorio clínico. Las segundas opiniones en laboratorio, generalmente necesitan procesar una nueva muestra. Sin embargo, hay momentos en que los resultados son diferentes y la interpretación es distinta. Esta actividad constituye una variable postanalítica que es necesario estudiar indefectiblemente.