La burocracia oficial, históricamente, se ha caracterizado por su ineficiencia con las excepciones que confirman la regla, como enseñaban los maestros de otras épocas. Y a propósito de docentes de tiempos pretéritos, muchos ejercían la noble tarea acogidos a la obra de misericordia “enseñar al que no sabe”, que no requiere títulos académicos; sólo vocación. Después se crearon las escuelas normales, para formar maestros en un universo de conocimientos, que después los egresados escogían según sus inclinaciones, para trasmitirlos, lo que no implicaba que, eventualmente, el profesor de matemáticas pudiera enseñar historia, geografía o español, para llenar vacantes transitorias.
La pedagogía, acogida a controles oficiales, creó las licenciaturas en ciencias de la educación con el propósito de hacer la tarea más eficiente. Un intento de las autoridades educativas pretendió evaluar a los maestros para medir su idoneidad, idea que tropezó con el poderoso sindicato que representa al magisterio, que consideró la medida lesiva de derechos fundamentales de los afiliados, para que muchos de estos, amparados por derechos laborales, puedan enseñar lo que no saben.
Pero ese es un tema para la voz que clama en el desierto, especialmente en tiempos de gobiernos “progresistas”, que abogan por adhesiones para incrementar sus patrimonios electorales; y el magisterio es una mina de votantes para explotar, aunque se afecte la calidad de vida de las comunidades, donde la educación es fundamental.
Cuando apenas se estructuraba la nación colombiana como Estado, con los altibajos propios de un sistema cambiante, sometido al vaivén de ideologías de matices difusos y filosofías confusas, afectadas por la confrontación armada, y por muchos años influenciadas por el dogmatismo católico, aliado muy influyente del conservatismo, que se proclamaba defensor de la fe, los funcionarios que cumplían las tareas de la administración pública fueron inicialmente improvisados, autodidactas, nombrados para desempeñar funciones que desconocían, gracias al padrinazgo de caciques y gamonales.
Esos pioneros hicieron camino al andar, como sugería don Antonio Machado, es decir, aprendieron a hacer mientras hacían. El desarrollo de la educación superior creó especialidades diversas, inclusive en Colombia una Escuela Superior para la Administración Pública, la ESAP, complementaria de todas las disciplinas temáticas que ofrecen las universidades en su portafolio de facultades que cubren el universo del conocimiento.
Sin embargo, quienes adquieren títulos que ameritan desempeñar cargos en los diversos espacios de los gobiernos regionales y nacionales y en las diversas entidades del Estado, se quedan por fuera porque los puestos los ocupan las fichas del clientelismo, que eluden el tamiz de la idoneidad con cartas de recomendación. De ahí las bestialidades que se cometen en todas las instancias oficiales, que se mantendrán hasta que los dirigentes aterricen en las pistas de los intereses del pueblo que dicen defender y por el que supuestamente trabajan.