Sin los aspavientos promovidos por las feministas, más protagónicas que eficientes, las mujeres han ganado espacios en la vida pública, no para desplazar a los hombres, sino para compartir con ellos responsabilidades, méritos y reconocimientos, en proporción a los resultados obtenidos, sin discriminación ninguna. Las conquistas de las féminas y el reclamo de igualdad de sexos no radican en que políticos, pastores religiosos y conferencistas que aspiran a escalar posiciones digan “bienvenidos y bienvenidas” y “amigos y amigas” y otras reiteraciones innecesarias, con lo que sólo buscan ganar simpatías y adhesiones, y no a dispensar beneficios igualitarios, para superar el absurdo histórico de darles a las mujeres una posición secundaria en la sociedad; que aún persiste en países teocráticos. Carácter, temperamento y liderazgo son condiciones innatas, que se manifiestan desde la infancia; y se cultivan y refinan, aun en ambientes político-sociales anacrónicos. Tales características se manifiestan en el desempeño social que les corresponde a las personas que las poseen, cuando adquieren estatus de liderazgo, poder y conducción de comunidades, lo que no tiene nada que ver con el sexo. Las mujeres, así como se han destacado en el arte, la ciencia, el deporte, la literatura, el gobierno, la academia, la milicia, el periodismo, la música y otras muchas más actividades, han emulado con los hombres en la organización y mando de bandas criminales, sectas religiosas de dudosas virtudes y tráfico de influencias para la corrupción, actividades en las que algunas se desempeñan con pasmosa eficiencia.
Lástima tener que registrar el desperdicio de políticos que han demostrado legítimas condiciones de estadistas, cuyas aspiraciones de alcanzar las más altas dignidades del gobierno, animados por seguidores sensatos y patrióticos, se han quemado en los hornos de una democracia imperfecta, manipulada por intereses oscuros, que carecen de vocación de grandeza y son ajenos a procurar el bienestar de las comunidades, por privilegiar intereses mezquinos.
Nuevas elecciones presidenciales (soñar no cuesta nada) en 2026 pueden ser una oportunidad para mujeres que han demostrado condiciones para gobernar. Lo importante es que comiencen por adquirir independencia de padrinos que ofrecen apoyos, condicionando adhesiones y contribuciones económicas y electorales a retribuciones perversas, montados sobre caudillismos y polarizaciones que han causado daños irreparables. Quienes se creen dueños del destino histórico de la nación, se aferran a su protagonismo como el náufrago a la tabla; y reclaman un monumento en su honor, más que el sincero reconocimiento de los conciudadanos por los beneficios aportados a su bienestar, a través de realizaciones positivas, eficientes y desinteresadas.
Vale la pena observar con interés a las mujeres que inician su recorrido por la pasarela presidencial colombiana. Hasta ahora, los varones que lo han hecho pueden ser exitosos luciendo ropa de marca; nada más.