El 26 de octubre de 1923 nació en Circasia, Quindío, el pintor, muralista y autor de vitrales Antonio Valencia Mejía; hijo de don Alejandro “Tocayo” Valencia y de doña Jesusita Mejía, quienes residían en una casona contigua a la casa cural, en el marco de la plaza principal del pueblo, que aún se conserva en buen estado, como una de las reliquias arquitectónicas de la colonización antioqueña. Sorprendía el muchacho por su habilidad para dibujar, hasta que un señor, culto y sensible al arte, amigo de la familia, lo motivó a irse para Bogotá, inclusive ofreciéndole apoyo económico. “Aquí no hace nada con su talento para pintar. La plaza es Bogotá, donde hay espacios adecuados”, le dijo.
De espíritu decidido, Antonio acogió la idea, armó viaje, se despidió de la familia y recaló en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional, donde permaneció durante su primera juventud. Se casó con la pintora Lucy Tejada, oriunda de Pereira, donde ahora un centro cultural lleva su nombre, con quien tuvo dos hijos, uno de ellos Alejandro, también pintor. El matrimonio se disolvió cuando Antonio decidió irse para Europa, inicialmente a España, para seguir estudiando, visitar museos y conocer las obras de los grandes maestros.
Hábil retratista, se sostenía haciendo retratos, por los que llegó a cobrar hasta 700 dólares por cada figura. Alguna española caería en sus redes amorosas, dada su apostura varonil, los modales de galán avezado y los recursos de su afición por la poética romántica, que enriqueció con autores en los tres idiomas que llegó a dominar. Permaneció un tiempo en Alemania, donde no empatizó con la forma de ser de los germanos, y finalizó en Italia, en Brescia, una población florentina, de cultura exquisita y arquitectura medieval, donde adquirió un apartamento y conquistó otra compañera, tan hermosa como todas las que compartieron su vida.
25 años permaneció el maestro Valencia en Europa, hasta cuando una llamada de Colombia le informó que su mamá, doña Jesusita, muy enferma, sólo ansiaba volver a ver a su hijo, antes de morir. Apresuró el viaje, y cuando aterrizó en el aeropuerto de Techo, en Bogotá, su hermano Jaime, abogado y poeta, quien lo recibió, le informó que su mamá hacía un rato había fallecido. El maestro Valencia se quedó definitivamente en Colombia. Un amigo en Brescia se encargó de arreglar sus asuntos, vender los bienes y enviarle el dinero. Y se despidió para siempre de su amante florentina, en una lírica llamada telefónica.
Se estableció en el Quindío, en Armenia, al lado de su hermana Fabiola, donde acometió obras como el mural que describe la historia regional, desde los aborígenes, de 6 x 14 metros, en el Palacio Departamental; y otro que hace la apología de la cultura cafetera, en el Parque Nacional del Café. Vinculado al Huila, donde adquirió una finca en Pitalito, y un nuevo amor, Aleyda, hizo los vitrales de la iglesia parroquial de ese municipio y el mural de la Gobernación, en Neiva.
Numerosas obras del maestro Valencia estuvieron bajo la custodia de doña Fabiola y de los hijos del pintor, que las entregaron en comodato a la casa de la cultura de Circasia, que lleva el nombre del artista, quien falleció en Armenia, rodeado de cariño y admiración. Y… “en cada puerto una mujer espera” (Neruda).