Lo que se ha visto en los últimos años, que va para largo, relacionado con el ejercicio de la función pública, en cargos de elección popular de ejecutivos y legisladores, es una ambición por conquistar posiciones, muy superior a la capacidad para desempeñarlas. Detrás de las aspiraciones de candidatos, en muchos casos, muchísimos, en todos los espacios de la decrépita democracia, hay más intereses mezquinos, y otros abiertamente delincuenciales, que honestos deseos de servir a la comunidad, y capacidad para hacerlo.
Inútil es hacer memoria de ejemplos históricos de personajes y programas de gobierno, idóneos los primeros e ideológicamente claros los segundos, que han permitido que Colombia y otros países homólogos hayan sobreaguado, pese a factores adversos, que por desgracia persisten, como la violencia, el narcotráfico y la corrupción. Pero por encima de tales adversidades hay valores superiores, como el decoro, la solidaridad y el orgullo patrio; además de la creatividad y el talento natural para el emprendimiento, la ciencia, el arte, el deporte, la literatura y otros, que se imponen por encima de la perversidad inspirada en la ambición de poder político y de riqueza.
No se trata, entonces, de evocaciones sino de aspiraciones. De construir sobre las bases de la realidad, porque las añoranzas apenas sirven para letras de canciones o para llorar con flojera sobre leche derramada. El objetivo a futuro debe ser diseñar un estilo de vida en armonía con valores positivos, como el talento que crea elementos útiles para el bienestar; la educación para fines distintos del sibaritismo y la ostentación, inspirada en el orgullo de ser mejor sobre una formación en ideales nobles, necesarios para el bien común; y el alcance de la anhelada paz, cuyos valores agregados: económicos, culturales, sociales y otros, alcanzan a toda la comunidad, sin discriminaciones.
La gran reserva de la humanidad son las nuevas generaciones, cuyos objetivos tienen que ser distintos al sacrificio en la primera línea de la perversidad, manipulada por intereses criminales. Una constante histórica ha sido el desperdicio de vidas que apenas inician, controladas desde los salones entapetados del poder. Mientras los jóvenes respiran humo de pólvora en campos de batalla, duermen en cambuches entre selvas inhóspitas o consumen sus vidas en las cárceles, los políticos y los “empresarios” del mal, que los utilizan para la guerra y las actividades criminales, se refugian en los palacios gubernamentales, en la clandestinidad “5 estrellas” o al amparo de gobiernos de su calaña, con seguridad y comodidades.
Dijo Rubén Darío (1867-1916), el poeta nicaragüense que lideró la evolución de la literatura española hacia el modernismo, en uno de sus más expresivos poemas: “Juventud, divino tesoro, ya te vas para nunca volver…”. En efecto, la vida no tiene piñón de reversa. Entre los 18 y los 40 años se define el porvenir de las personas y de la sociedad, dependiendo de cómo se preparen los jóvenes, que es responsabilidad de padres, maestros, dirigentes y empresarios.