La interpretación tendenciosa de la política acomoda los hechos al gusto de quien los analiza, sin objetividad. Malquerientes del expresidente Santos (1910-1918) invocan su expresión “mi nuevo mejor amigo”, cuando se refirió al expresidente venezolano Hugo Chávez, después de un encuentro en Santa Marta, para comparar el hecho con las migas que ahora tiene el presidente Petro con el dictador Nicolás Maduro. El caso de Santos y Chávez se explica, porque, para la época, había cuentas pendientes de empresarios venezolanos con proveedores colombianos por 3.600 millones de dólares, más o menos. Entonces, las divisas las controlaba el Estado chavista y las largaba cuando le daba la gana, después de haber recibido los bolívares del deudor, mientras el acreedor colombiano esperaba, con más dudas que certezas de pago. El trato meloso de Santos no tenía intención distinta de ablandar a su homólogo para que soltara los dólares que retenía mañosamente, lo que en efecto sucedió, quedando pendiente un saldo de aproximadamente 300 millones de dólares, de cuyo fin no se tiene noticia, pero los empresarios colombianos salvaron el 90% de su plata. El caso Petro-Maduro es distinto. Ahora, las ventas a Venezuela tocaron fondo; y las pocas operaciones que se hacen deben cancelarse por adelantado. Pero los mandatarios comparten un espíritu ególatra, con visión de mesianismo latinoamericano, que busca expandir el ideario político que les es común bajo el liderazgo de uno de los dos. Petro le soba el pelo a Maduro para ganar espacio, y trata de rehabilitar su imagen ante la opinión internacional. De ahí sus frecuentes visitas a Venezuela, y las de cercanos suyos. De modo que la estrategia de Santos para salvarles la plata a los empresarios colombianos en nada se parece a las carantoñas de Petro a Maduro, para pretender constituirse en el tambor mayor del populismo socialista homologado en Latinoamérica.
Llama la atención que, mientras numerosos y urgentes asuntos que afectan a los colombianos esperan solución, las energías y el poder del Presidente se malgasten en frecuentes visitas a escenarios internacionales, con abundantes y costosas comitivas, para deslumbrar auditorios con su elocuencia, exponer programas fantasiosos y presentar cifras engañosas sobre las maravillas de su gestión. Mientras tanto, el país se descuaderna, las reformas del “cambio total” que propone se hunden en el Congreso Nacional; la mayoría de sus ministros se desprestigia cada día más, por ineptos; los capitales se van del país para lugares seguros; la inversión se frena, porque prevalecen las dudas; los jóvenes capacitados buscan oportunidades en el exterior, en una preocupante exportación de talentos; la política se atomiza en pequeños grupos con objetivos mezquinos; cunden los contratistas mañosos, que buscan anticipos y sólo dejan obras empezadas, o se roban la plata del Plan de Alimentación Escolar; y la delincuencia organizada se fortalece, al tiempo que la justicia se debilita. De espaldas a esas realidades, la egolatría del Presidente aspira a ser para Latinoamérica faro y luz; otro Cristo del Corcovado.