Hace ya largos años se presentó una película titulada El Mundo está loco, loco…, en la que se exageraba de forma muy graciosa el despelote que se vivía entonces por el acelere de la gente, la congestión del tráfico vehicular, las colas para atender servicios de índole diferente, los desaciertos de las autoridades, las innovaciones musicales, las expresiones de rebeldía de los jóvenes y un largo además de sucesos que se presentan en forma cíclica, con diferentes estilos, expresiones y características. Se suele invocar en estas páginas lo dicho hace más de 2.500 años por Heráclito, el filosofo griego: “Todo cambia, todo se transforma”, quien agregaba, para hacer más gráfico el aserto, que “cada que vamos al río, el río no es el mismo ni nosotros somos los mismos”. Los productores de la película aludida al principio de esta nota tendrían ahora material de sobra para una larga serie, con los asombros que provoca la tecnología, especialmente la informática, con sistemas e instrumentos que hace apenas unas pocas décadas eran desvaríos de locos. Como el reloj del detective Dick Tracy, que tenía audio y video, lo que ahora porta hasta el más humilde ciudadano, para llamar a cualquier parte del mundo y ver en pantalla al interlocutor. Tales adminículos, para bien y para mal, son asombrosos. Así como el usuario de un celular se puede comunicar constantemente con amigos y parientes ausentes, así mismo un error de digitación puede suministrarle información a un hacker para la que le limpie la cuenta bancaria. Cosa de locos. Los ejemplos de sorpresas que ofrece el desarrollo humano y la cortedad de los ciclos apenas dan tiempo para cerrar la boca de un asombro cuando otro está empujando. ¿Cuándo imaginaron los padres de la medicina, o los cirujanos que retrató Rembrandt en su conocida pintura, que a un paciente le pudieran cambiar el corazón por el de un cerdo, porque fisiológicamente son compatibles? Ni locos.
Pero algo saca del estadio la pelota de lo insólito: la política. Cada época trae caudillos y gobernantes que vuelan con sus hechos delirantes por los espacios de la locura; y a ella llevan a los pueblos que mansamente los siguen, por convicción o por la fuerza. La gloria del Imperio Romano, que genios como Augusto, Marco Aurelio y Julio César, los más relevantes, llevaron al cenit del poder; y sus hechos, que siguen asombrando y hacen parte de la memoria histórica, en obras públicas, principios jurídicos y ordenamiento social, se derrumbó en manos de loquitos como Nerón y Calígula, los más notorios, para que del poderoso imperio solo quedaran ruinas. “Estos Fabio, ¡ay dolor! (…) fueron un tiempo Itálica famosa”.
Las guerras que han asolado a la humanidad, casi todas, han tenido inspiración religiosa, no obstante que los credos invocan la paz, el amor, la caridad, el perdón y otros nobles sentimientos como estandartes de sus doctrinas. Y vistos los mandatarios que los pueblos escogen, o se dejan imponer, puede redondearse el tema admitiendo que el mundo está loco.