Gritos, insultos y amenazas, además de argumentos traídos de las mechas, sin lógica ni coherencia, suelen ser las “razones” con las que reaccionan quienes se sienten acorralados por evidencias contundentes en contra suya. Esa es la situación que se presenta cuando los gobernantes son criticados por sus actuaciones, considerándose ellos mismos omnisapientes, aferrados al poder que alcanzaron después de un largo y tortuoso recorrido, inspirados en la ambición personal, más que en la vocación de servicio, que les es extraña. A falta de un programa de gobierno serio, estructurado con elementos socioeconómicos técnica y financieramente adecuados a las necesidades de quienes se aspira a gobernar, buenas son adhesiones negociadas “a futuro”, es decir, para pagar con favores cuando se alcance el poder, semejante a la venta de cosechas de productos que apenas van a sembrarse; o de artículos manufacturados en procesos dilatados. A partir de que se interesaron por la política poderosas organizaciones criminales, los votos para conformar las mayorías electorales no se conquistan con ideas y argumentos sino con plata, “principio de la actual filosofía”, como dice la canción de Villamil.
Asombra (y aterra) la reacción de altos funcionarios del Estado ante las observaciones de diferentes voceros y representantes de la sociedad, acerca de lo que se proponen imponer como norma legal, sobre temas tan sensibles como la salud, el trabajo y las pensiones, así como la explotación de recursos minero-energéticos, cuya necesidad de revisarse a medida que se cumplen procesos, debe hacerse con prudencia, soportados en evidencias de interés colectivo técnicamente valoradas, y no en alharacas populistas para conquistar adeptos, seduciendo electores futuros para consolidar poderes dictatoriales arropados con sistemas democráticos. Estilo ya ensayado y adoptado en diversos países, desde cuando los principios y valores éticos se negocian en los mercados de la corrupción.
A los discursos de balcón, sonoros, prepotentes y erráticos, se oponen razones de personas e instituciones calificadas en cada tema, que sólo buscan la estabilidad social y el bienestar colectivo, lo que requiere estudios serios, que se adapten a los procesos socioeconómicos, internos y externos, atendiendo a una premisa inherente a la vida colectiva, que en un mundo globalizado y dinámico es inevitable.
Las manifestaciones públicas son variadas, despendiendo de que se originen en intereses de organizaciones específicas, como sindicatos o gremios, por ejemplo; de gobiernos que buscan apoyos políticos financiados con dádivas populistas, o de comunidades ajenas a intereses distintos al bienestar social, que se expresan espontáneamente, sin intereses mezquinos, y en forma pacífica, sin violencia y vandalismo. Despreciar el gobernante, nacional o regional, estas manifestaciones ciudadanas con babosadas retóricas, o pataletas de gente inmadura, no es más que mostrar la carencia de argumentos serios.