Sir George Bernard Shaw (1856-1950), dramaturgo (considerado el mejor en lengua inglesa después de Shakespeare), poeta, crítico y polemista irlandés, honrado caballero por la monarquía inglesa, y Premio Nobel de literatura en 1925, hacía gala de un agudo sentido del humor que arropaba su cinismo para expresar opiniones acerca de creencias religiosas, el sexo, las relaciones de pareja (fue soltero irreductible), la política y otras ideas y actividades humanas. Muerto a los 94 años, se burlaba de las recomendaciones sobre el ejercicio físico diciendo: “El único ejercicio que hago es caminar hasta el cementerio para enterrar a los amigos que hacían ejercicio”. Miraba con escepticismo el dogmatismo de todas las religiones y dudaba de sus efectos moralistas. No obstante, fue fiel seguidor de las enseñanzas de Jesús de Nazaret. Cuestionaba también los métodos de la educación, diciendo que se había retirado de la escuela para poderse educar. Fue un sabio autodidacta, distinto a los ignorantes ilustrados, puestos de moda en los últimos tiempos por la proliferación de universidades vendedoras de títulos, más que trasmisoras de conocimientos.
Innovar puede ser perjudicial para la salud, como se demostró con Sócrates, el educador, quien no dictaba clases sino que les preguntaba a los alumnos su opinión sobre determinados asuntos. Las respuestas, después, las decantaba para sacar conclusiones compartidas. Así, los estudiantes participaban de su propia ilustración. El método fue cuestionado por el poder conservador, que acusó al sabio filósofo de estar corrompiendo a la juventud. Puesto a escoger entre cambiar de método pedagógico o suicidarse ingiriendo cicuta, prefirió lo segundo, antes que traicionar a su conciencia. Cuando iba camino del sacrificio uno de sus alumnos le dijo: -Lo que me duele, Maestro, es verte morir inocente. A lo que replicó Sócrates, fiel a su estilo: -¿Preferirías, entonces, querido amigo, verme morir culpable? “Genio y figura…”
El modelo de aulas de clase, pupitre y tablero, reforzado ahora por la cibernética a través de los equipos electrónicos, en países muy avanzados, como Islandia, está evolucionando hacia clases dictadas a campo abierto, en contacto con la Naturaleza, porque se considera que ésta contiene casi todo lo que se necesita saber, y responde infinidad de preguntas. Esta idea coincide con Jean-Jacques Rousseau, brillante pensador de la época del Iluminismo (siglo XVIII), quien en su obra Emilio afirmó: “La educación proviene de tres campos: el de la naturaleza, que es responsable del desarrollo interno de nuestras facultades y órganos; el de los hombres, de quienes aprendemos el uso que debemos hacer de ese desarrollo; y el de las cosas, que es la adquisición de nuestra propia experiencia sobre los objetos”. Y agregaba: “El niño no es un adulto en miniatura, es un ser diferente y como tal hay que tratarle, educándole como el niño que es en su momento y no como el adulto en que se convertirá (…)”. La educación es variable, como todo.