Para que esta columna tenga un poco de sentido, los siguientes párrafos tienen un poco de historia sobre Britannia y de cómo la Gran Bretaña que conocemos hoy debe gran parte de su fama y valor a siglos de acuerdos y desinteligencias:
Britannia es una personificación histórica y simbólica de Gran Bretaña, cuyo nombre se remonta a la época romana. Los romanos utilizaron ese término para referirse a la isla que hoy conocemos como Gran Bretaña y cuyo nombre tiene sus raíces en la conquista romana de Britania en el siglo I d.C.
Claudio, emperador romano desde el 41 d.C., decidió emprender la conquista de Britania para expandir los límites del Imperio y consolidar su poder. La invasión comenzó con la llegada de cuatro legiones romanas y tropas auxiliares a la costa sureste de Britania. El general Aulo Plaucio lideró la expedición y estableció una cabeza de puente exitosa.
Durante los primeros años de la conquista, las fuerzas romanas enfrentaron resistencia de las tribus británicas, lideradas por líderes como Carataco y Boudica. Sin embargo, a pesar de algunas derrotas iniciales, los romanos lograron establecer el control sobre el sureste de la isla. Posteriormente, se estableció la provincia romana de Britannia.
Esta conquista romana tuvo importantes consecuencias tanto para el imperio como para la isla misma. Introdujo la romanización, con la construcción de ciudades, caminos y otras infraestructuras, así como la adopción de elementos de la cultura romana por la población local.
A lo largo de los siglos, Britania se convirtió en una parte integral del Imperio Romano, aunque las fronteras en el norte de la isla, especialmente a lo largo del Muro de Adriano, seguían siendo zonas de conflicto y contacto con tribus celtas y pueblos escoceses.
Se cree que los romanos adaptaron el nombre de una deidad celta preexistente, posiblemente relacionada con el agua y la fertilidad. Luego, la personificación de Britannia se consolidó durante el periodo isabelino en el siglo XVI, cuando se popularizó como una figura emblemática en la propaganda y la imaginería británica.
A lo largo de los siglos, Britannia se ha convertido en un símbolo duradero de la forma de ser británica. Su imagen ha sido ampliamente utilizada en monedas, sellos, pinturas y esculturas, destacando el papel central que desempeña en la identidad cultural y también ha sido un motivo recurrente en el arte, la literatura y la música, contribuyendo significativamente a la creación y perpetuación de la narrativa nacional.
Hoy, Britannia vive en muchos de los británicos. Al menos, eso fue lo que encontré después de una larga temporada en Gran Bretaña.
Pese a que el país goza de altísimos niveles de multiculturalidad y se enfrenta a grandes desafíos para tratar de acallar los deseos aislacionistas y xenófobos.
Quizá son los siglos de trabajo cultural los que hacen que la isla británica sea particular, sobre todo, para quienes hemos tenido la oportunidad de migrar allí y entender que Londres y Gran Bretaña, como tales, tienen elementos que pueden hacerles únicos, por bien o por mal. En Gran Bretaña existe aún un enorme pensamiento colonialista y expansionista, todavía con cierto sentimiento de paternalismo sobre gran parte del planeta. Sin embargo, tienen una visión más allá que un simple Occidente y por eso en las calles de Londres, por ejemplo, se ven importantes grupos de africanos o asiáticos que a nosotros nos pueden parecer lejanos. No obstante, los latinos padecemos de cierta invisibilidad en Gran Bretaña. En muchos casos puede ser una nación hostil, por cuanto el rígido código de comportamiento británico puede ser incompatible con nuestra folclórica y colorida forma de ver la vida.
Gran Bretaña no es una nación de colores. Por lo contrario, es una enorme escala de grises lo que define muchos de sus comportamientos. De allí que lo sobrio y lo básico se destaquen en muchas de sus comitivas, mientras que permiten que los demás hagan un trabajo de representación que ellos no están dispuestos a hacer.
De los británicos tengo una enorme admiración por su orientación al detalle, su puntualidad para que los engranajes funcionen satisfactoriamente y un adecuado registro histórico de su pasado. Esa curaduría de los hechos es lo que les permite entender con otros ojos eventos anteriores que han marcado su futuro, incluso, el mismo Brexit por el que tantos están arrepentidos. También, porque ese espíritu de Britannia vive en ellos en la expresión de un patriotismo que les cala. Ellos defienden lo que es suyo -aunque muchas cosas no sean de ellos, incluido gran parte del Museo Británico-, pero que buscan clasificar como elementos propios que les permitan trascender.
Por eso nunca dejará de causarme gracia la vez que en un supermercado vi una bolsa de hielos que decía: “Hecha con agua británica”. Eso lo resume todo.