¡Aladino, Aladino, el genio se ha escapado de la botella! (o de la lámpara).
Así lo ha exclamado en muchas oportunidades la humanidad, al observar cómo se salían de su control ciertos peligrosos elementos. No solo lo fueron estos, entre otros, Napoleón, Hitler o Donald Trump, haciendo estragos, sino que hoy, como amenaza a la supervivencia de la democracia, muchos consideran que ese genio peligroso y suelto lo constituyen las redes sociales.
Las redes nos traen muy locos. Anarquizantes. Elocuente al respecto el título del libro de Clay Shirky: “Aquí llega todo el mundo: El poder de organizarse sin organizaciones”.
Reminiscencias de esa terrible posibilidad -la del fin de la democracia-, me las trajo la pregunta de un inteligente taxista, ¡quién lo creyera!, que me inquirió, textualmente: ¿cree Usted que morirá la democracia?
El diagnóstico es muy variado. Daré aquí solo dos respuestas –muy a la ligera- del asunto, para lo cual es conveniente antes precisar dos conceptos previos.
Uno. La democracia –así de simple y decirlo es valedero- es un sistema o procedimiento que sirve para elegir los gobernantes mediante el voto ciudadano. Y dos: democracia liberal es aquella que va acompañada del Estado de Derecho, de la separación de los poderes, del respeto a los derechos políticos fundamentales, tales como la libre expresión y reunión. Si la democracia no va unida al adjetivo “liberal”, se habrá desfigurado y se habrá caído en la “tiranía de las mayorías”. Quien llegare al poder mediante el voto y acabare con esas instituciones, podrá amañar la nuevas las elecciones, arrogarse todo el poder, desconocer las minorías, y configurar lo que se conoce como una “dictadura en democracia”.
Solo me es posible incluir aquí, repito, dos consideraciones, de hecho, que están poniendo en jaque hoy a la democracia.
En primer término, el mal ejemplo: el de las democracias llamadas iliberales, que se han venido extendiendo en los últimos años. Van algunos casos.
Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, electo, muy así, pero se ha jactado de “construir un Estado con bases iliberales”, con desafío a la Unión Europea incluido. Domina a su parlamento y a todos los medios de comunicación y va hacia el partido único.
En Turquía el señor Recep Tayyp Erdogan, declaró insubsistentes a más de cuatro mil quinientos jueces; controla el poder judicial; ordenó y ordena el arresto de sus opositores; ha clausurado más de ciento cincuenta medios de comunicación. Gracioso y cínico, reconoce: “La democracia es un tranvía del cual te bajas apenas has llegado a tu destino.” Al poder, obvio. Pero fue elegido.
Benjamín Netanyahu, en Israel, pretende reformar la constitución para permitir que el parlamento, en el cual tiene las mayorías, pueda invalidar decisiones de la Suprema Corte; y con injerencia en el nombramiento de los jueces. Cariñosamente, como a un inocente conejito, sus allegados le dicen “Bibi”, el mismo quien fuerte pisando se dirige hacia el poder total. Aunque también fue elegido.
Donald Trump lo quiso, lo intentó, pero no pudo. En privado expresaba su admiración por Erdogan. En público elogió a Putin como un hombre fuerte y como gran estratega, ¡imagínenlo!; y eso fue, precisamente, en los comienzos de la invasión a Ucrania. Consideró a Orbán como un modelo iliberal. Trump lo ratificó con el burdo ataque al capitolio, para impedir un trámite de reconocimiento a Biden, creyendo que así permanecería.
En segundo término, y como acechanza en contra de la democracia, está lo que llamaría la legitimidad por el éxito. Y esta amenaza mundial proviene de la China.
Si legitimidad es, en la ciencia política, la aceptación por parte de la opinión de un sistema, de una política, de un gobierno, lo cual hace que estos sean reconocidos y además se colabore y apoye su funcionamiento, humanamente nada más explicable que la legitimidad por el éxito económico.
Y si por esto del éxito de algún sistema diferente a la democracia nos vamos, entonces China será el primer desafío para unas democracias, que en muchos países hoy molondras, cansadas en lo económico, con tanta desigualdad, no les ofrecen futuro a los jóvenes ni progresos a las clases medias.
Al contrario, China se ha convertido en la segunda economía del mundo; ha sacado de la pobreza a 850 millones de sus habitantes; ha multiplicado por cien el ingreso per capita. Por tales éxitos se ha erigido, para muchos pueblos, especialmente para los asiáticos, como un paradigma político y como una alternativa a la democracia al estilo de norteamérica.
Xi Jinping, su gobernante, quien si al comienzo parecía “alguito” liberal, ya no. Él es muy claro: nada por fuera del partido único; nada de separación de poderes; nada de libertades políticas; millones de presos políticos; muy poco de derechos humanos. Un horror.
Viene aquí el inevitable Nietzche, que se dispensa para tanto: “El éxito da a veces a un actor todo el honorable brillo de una buena conciencia… Dadme el éxito; con él tendré de mi parte a todos los hombres honrados, y yo mismo seré honrado a mis ojos.”
China y la frase de Dostoyevski, que cito con frecuencia: “Haznos siervos, pero dadnos pan.”
China y su doble faz, me resuena con lo poético de Omar Jayam. Por lo de su progreso material, esto: “Un poco de pan, un poco de agua fresca. / Ningún sultán más feliz que yo”. Pero, el otro siguiente verso, por lo de la opresión y los derechos negados: “Ningún mendigo más triste que yo”.