Según lo poetiza Homero en la Odisea, Penélope, esposa de Ulises el andariego, cuando este se fue a guerrear a Troya, de eso hace unos 3200 años, ella esperó su efectivo regreso durante 20 años. Mientras tanto, sus pretendientes, que la creían viuda, se aposentaron en su residencia en Ítaca, como muy gorrones, y la acosaron para que escogiera un marido de entre ellos. Penélope se comprometió a hacerlo cuando terminara un sudario que estaba tejiendo para Laertes, su anciano suegro. Pero confiaba en el retorno del largo ausente, y, para no tener que desposarse, lo que había hilado durante el día ella misma lo destejía al llegar la noche.
Algo similar ocurre con frecuencia en la política y con los subsiguientes gobiernos. Con el paso del tiempo llegan ciertos sucesores que suelen deshacer, todo o mucho, de lo construido por sus antecesores.
La historia china es rica en estas peripecias. Así me lo recuerda la reunión que tuvieron en Moscú, hace unos días, Xi Jinping, el gobernante Chino, y Vladimir Putin, el respectivo en Rusia.
Las relaciones entre estos dos países han estado signadas por dos circunstancias. Los permanentes asedios de Rusia a China, en uno de los cuales le arrebató 900.000 kilómetros cuadrados; y la otra, consecuencia natural, la permanente desconfianza de los chinos para con sus vecinos antes llamados soviéticos.
El gran Deng Xiaoping, quien sucediera a Mao en el gobierno y quien fuera el fundador de la actual China exitosa, buscó siempre una relación más que amistosa con los Estados Unidos. Les dio suficientes garantías a los inversionistas de este país; así fue como el flujo de los capitales desde allí fue pilar en el gran despegue económico de la China. Y detrás de estos le llegaron capitales del Japón y Europa.
Con su nueva amistad rusa y con su alianza con Putin, Xi parece abandonar lo anterior. Vuelta de 180 grados a las palabras de Deng, quien afirmara en relación con Rusia: “Moscú intenta entrar en donde encuentra cualquier brecha. Por eso, en cuanto la Unión Soviética introduzca un dedo en ella, hay que cortárselo de raíz.”
Cuando se pensó que la China poderosa buscaría la hegemonía mundial, Deng fue claro: “Si algún día China buscara ese objetivo, la población mundial tendrá que denunciarlo, oponerse y luchar contra ello.” Fue lo que inspiró la política internacional de ese país. Hasta hoy. Xi Jinping, en cambio, apunta a superar a los Estados Unidos y a que su país se convierta en el hegemón mundial.
Cuando le preguntaron a Deng por qué no se instauraba la democracia en China, respondió que primero había que realizar los cambios sociales y económicos, difíciles en ese sistema, los que además requerían estar guiados y supervisados con estabilidad política; y que luego vendría la democracia. Le dio a esta el visto bueno hacia el futuro. Xi cercenó esta posibilidad con la declaración firmada con Putin: los dos se opondrán a la visión occidental de democracia y derechos humanos.
Lo más reciente y diciente. Para evitar el culto a la personalidad y la escrituración del poder a un gobernante, el mismo Deng y sus sucesores aceptaron el dogma de solo dos periodos de 5 años. Xi reformó la
Constitución y hace unos meses inició su tercer periodo. Su pensamiento ha sido incluido en su constitución. Va por el culto a la personalidad.
Los anteriores son solo unos pocos casos, entre otros muchos, en el devenir chino de la situación que se comenta.
Se da en la China, pero ese es el interminable juego de Penélope entre muchos de los poderosos en el mundo a través del tiempo. El gobernante de hoy teje lo que después destejerá cualquier mandatario de mañana. En algunos casos con razón y para la bienandanza de su pueblo. Así, unos continúan. Así, otros reforman. Así, otros destruyen y luego construyen lo suyo. Cada cual según las circunstancias del momento. Nada está escrito. Los resultados aprobarán o desaprobarán el proceder de unos y otros.
Homero educó a Grecia y de allí a occidente. Con su Penélope dejó valiosas moralejas. La fidelidad. La paciencia. La resistencia. La fe, la espera y la constancia fundadas en el sostenido anhelo, no obstante las circunstancias adversas. Que no toda destrucción es negativa si se realiza con un objetivo correcto. Inclusive con el engaño, si no se le hace daño a nadie.
Pasa el tiempo. Jorge Luis Borges se quedó ciego, creo que a los 57 años. 17 años después recuperó la visión, parcial y temporalmente. Al encontrarse con una antigua amiga, aquella a la que tanto había admirado, y la que había sido en sus pasados tiempos de luz una muy bella señora, la miró, la detalló… y con tristeza se dijo para sí mismo: ¿para esto habré recuperado mis ojos? ¿Algo parecido reflexionaría Ulises, al regresar 20 años después? Y claro, la aguantadora Penélope igual.
Deng enterró el legado de Mao. Xi parece hacerlo con el de Deng.
Pasa el tiempo. Si muchos poderosos de antaño volvieran a la vida, con melancolía, al ver las ruinas de su obra, se preguntarían: ¿para esto y solo para esto fueron todos mis afanes y desvelos?