La anécdota les parecerá increíble a quienes colocan a los hombres de poder en un alto e inaccesible santuario; algo así como si fueran extra-hombres. Y cuando el asunto se refiere a un presidente de los Estados Unidos, el personaje más poderoso del mundo, más inverosímil se considerará aún la siguiente anécdota.
El episodio se refiere a Jimmy Carter, presidente de los Estados Unidos (1977-1981), y a su esposa Rosalyn, y está contenido en el libro “Esposas y Amantes de los Presidentes”, de John Michael Berecz.
En el primer día como gobernador del Estado de Georgia, en la nueva residencia oficial, la solícita consorte, como lo hacía todos los días en los que su marido se encontraba en el hogar, se preocupó por disponerle el desayuno bien configurado; y cuando se lo llevó ella misma, el señor gobernador, de frente, muy hormonado él en ese momento y después de veinticinco años, mirándola a los ojos se atrevió y le dijo:
“Una de las mejores cosas que me pasó durante la campaña para gobernador es que yo no tenía que desayunar; hace veinticinco años que tú me haces desayunar todos los días, y la verdad es que a mí nunca me ha gustado desayunar”.
La anterior es una posición matrimonial presidencial.
En cambio, Dwight D. Eisenhower, general y héroe de la Segunda Guerra Mundial, quien dirigió la operación más importante de esa contienda, el desembarco aliado en Normandía, y quien ocupó la presidencia de esa nación entre 1953 y 1961, unos meses después de casado, cuando debió ausentarse unos meses, muy militar él, en posición de firmes, le previno a su esposa: “Mi país es primero y siempre lo será de esa forma. Tú te quedas en segundo plano.” A ella le decían “Mamie” y así lo aceptó durante toda su vida, incluso en su papel de “first lady”. En el libro “Eisenhower: Soldado y Presidente”, de Stephen E Ambrose, así se cuenta, ella sometida, callada y para nada interviniendo.
Esta es otra muy diferente posición presidencial matrimonial.
El de Bill Clinton y Hillary fue (es) el matrimonio más igualitario. Ennoviados que lo estuvieron desde que eran estudiantes en la universidad, según cuentan los biógrafos de Hillary, pactaron que él sería primero presidente y después lo sería ella. Por un error estratégico no se logró esto último; y fue así como nos legaron la enredada, agresiva y desabrida presidencia de Trump. En un libro de título fallido, “Hillary Clinton: Retorno a la Casa Blanca”, de Nuria Ribó, se relata que durante la campaña del marido, inclusive los chistógrafos la ponían a ella por sobre él. “Bill es la pierna y Hillary el cerebro”, así se burlaban de Clinton. Como Hillary tenía muy buena imagen y el reconocimiento como muy inteligente abogada, sin preeminencias, uno de los lemas de la campaña de él fue el de “vote uno y lleve dos”.
Esta es una tercera posición presidencial matrimonial.
En el libro “La Vida Íntima de Churchill. Mi adorada Clementina”, de Jack Fishman, se informa como esa dulce mujer, mientras él tenía la obligación de salvar al mundo del criminal Hitler, sin embargo, ella lo reconvenía por escrito: “Hoy te has portado muy agresivo con tus secretarias. Recuerda que son unas personas que te sirven con abnegación y lealtad. Tienes que ser más considerado en el trato con todos tus semejantes”. Amonestación aceptada y muy conducente. Como en la canción de Manzanero, “soy tan feliz de disfrutar algunas veces tus regaños”.
Se trataba de una encantadora y frágil mujer, muy inteligente, leve y sin ínfulas públicas, que moderaba y modulaba el comportamiento de su impaciente, malgeniado, poderoso y muy respetable y heroico marido.
He aquí una cuarta clase del matrimonial gobernante.
Y en tratándose de mujeres, he aquí como una mujer le debió a otra su llegada al máximo gobierno de Inglaterra. Se refiere esto a la Señora Margaret Thatcher. Su biógrafo Hugo Young (“Margaret Thatcher. La Mujer de Hierro”), lo considera como un golpe de suerte; pero no, en realidad se debió a otra señora, a la esposa de Edward du Cann. Este tenía todas las credenciales para llegar a líder de los Torys y por lo tanto a primer ministro. No lo fue. Su esposa lo conminó: “No acepto, lo enfrentó, que seas ni jefe de los conservadores ni mucho menos primer ministro.” Se impuso ella. Du Cann retiró su postulación y quien le seguía, la señora Thatcher, resultó electa; y luego lo fue una primera ministra mundialmente tan conocida; tanto que le dio su nombre a una era en la política: el Thatcherismno.
Esta es la quinta muestra, la de dos jefaturas verdaderas y femeninas. La una conyugal y la otra derivada y pública.
Eleanor Roosevelt fue la señora del presidente Franklin D. Roosevelt. En lo conyugal, muy poco. Su recámara en la Casa Blanca estaba situada al otro extremo de la de su señor marido. Activista política, en ciertos aspectos casi que en contravía de la administración de Roosevelt; un poco a la izquierda, con un si es no es al margen de la política del presidente, tanto que le decían, no la “Primera Dama” sino la “Señora Presidente”. (Para mayores detalles, el voluminoso libro “Eleanor y Franklin Roosevelt”, de Joseph P. Lash).
He aquí una sexta muestra de independencia femenina y de política conyugal.
Tantas clases de desempeños como esposas de presidentes. Betty Ford, la consorte de Gerald Ford, reconoció que llegar a “Primera Dama” era como ser arrojada a un río sin saber nadar.
Aunque por obligación se aprende.
Petro aparece adusto, serio, trascendental, belicoso. Hace falta allá la cara amable de Verónica con su femenina gestión nacional. Hasta ahora, después de seis meses de posesionado el presidente, no alcanzo a leer cuál es el papel escogido por nuestra primera dama.
Por eso me pregunto: Verónica, ¿dónde estás?