Esmirna o Izmir, la ciudad a las orillas del mar Egeo en Turquía, no aparece en el horizonte del turismo colombiano. En la publicidad turística se la conoce como La Perla del Egeo. Allí hay muchas atracciones, pero Esmirna no es famosa por estas.
La Primera Guerra Mundial, según los historiadores europeos, culminó en 1918 en el Frente Occidental y así se enseña en los manuales de historia. No solo la literatura histórica, sino también las películas como Sin novedad en el frente (2022), Noche de paz (2005), Caballo de guerra (2011), entre otras, así lo repiten.
Según la versión de los manuales, todo terminó con el Tratado de Versalles, con el que se impuso el orden y la civilización, es decir, los civilizados agrupados en una alianza liberal entre franceses e ingleses derrotaron a unos imperios atrasados y profundamente tiranos, como eran los imperios de los zares y el otomano. La versión actualizada de este relato insiste en que la Europa civilizada lucha contra Putin, que es un “autocráta” que quiere iniciar la guerra nuclear en Ucrania.
Robert Gerwarth de la University College de Dublín afirma que lo que la historiografía europea llamó el período de entreguerras fue realmente un período de crueldades y violencia inusitada que produjo que 30.000 griegos y armenios fueran asesinados. Además, Irlanda, según Gerwarth, obtuvo su independencia “tras una sangrienta guerrilla contra las fuerzas británicas”, las cuales respondieron con dureza y crueldad a las agitaciones independentistas de Egipto y Afganistán.
En los márgenes, Europa Oriental fue otra cosa aún más sangrienta y pavorosa, según recuerda el profesor Robert Gerwarth. El 9 de septiembre de 1922, “las pasiones suscitadas por diez años de guerra” y de odios cayeron sobre Esmirna, que era la ciudad más próspera del debilitado Imperio Otomano y habitada por cristianos griegos. El ejército turco barrió contra la población cristiana en venganza de lo que el ejército griego había hecho contra los musulmanes y se desataron todo tipo de masacres contra la población civil. Gerwarth escribió sobre cómo gente fanática se lanzó contra el arzobispo ortodoxo Crisóstomo, le sacaron los ojos con sus cuchillos y le amputaron ambas manos.
Algo similar, en nuestros tiempos, podría suceder a raíz de la guerra entre Rusia y Ucrania. En Europa, se ha promovido una “rusofobia”, un odio hacia lo ruso como nunca, desde la destrucción de monumentos a la prohibición de la música clásica rusa y, en Ucrania, ¡ni se diga! El presidente Pedro Sánchez lo dijo en Davos “que tenemos que luchar contra las semillas podridas que Putin ha planteado en nuestros propios países”, es decir, las posiciones moderadas u opuestas de políticos en la Unión Europea serán perseguidas o combatidas por la prensa.
A pesar de los graves acontecimientos, crímenes y violencia extrema, se le ha prestado poca atención a lo que sucedió en Europa Oriental, afirma Robert Gerwarth. Según el desprecio de W. Churchill, se trataba de guerras de pigmeos, es decir, de guerras sin importancia, de países donde nada se decidía en términos globales.
En África también se libraron muchas guerras de pigmeos que hoy seguimos desconociendo en la historiografía. Las guerras de pigmeos no han inspirado al cine europeo ni se enseñan en las aulas. Lo que sabemos de África es que fueron esclavos y ahora se aparecen hambrientos en las costas de Europa. Esas guerras no crearon términos que aún hoy usamos como el “Día D”, como sinónimo del día decisivo, ni héroes como aquellos que hicieron la operación de Salvar al “soldado Ryan” en Normandía, Francia.
A los periodistas que cubren las noticias de la guerra de la OTAN y Ucrania contra Rusia les cuesta pronunciar esos nombres de lugares que se perciben tan lejanos como Kiev, Jarkov y Zaparoye. Es una guerra de pigmeos con tanques alemanes. He ahí lo notorio.