El discurso ligero y violento del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, está llevando a límites que no era posible pensar hace unos años. Es evidente que el único responsable de que una persona se arme y dispare indiscriminadamente contra quien se le atraviese es el asesino, pero también es cierto que la laxitud que sigue habiendo en la comercialización de armas de todo tipo en ese país, combinado a un discurso agresivo contra las minorías étnicas y supremacista, ayuda al clima de violencia por el que francotiradores como los que cometieron las dos nuevas matanzas en la nación norteamericana se sientan alentados.
Aunque se tardó en hacerlo, el presidente Trump salió a condenar el supremacismo blanco con contundencia, algo que no siempre ha hecho, y al que ha contribuido con declaraciones destempladas como las que acometió hace dos semanas contra congresistas demócratas de origen extranjero. No obstante, de nada sirve que trate de mostrar afecto por las víctimas y rechazo a los hechos violentos, si, como lo hizo, condiciona la propuesta de legislación de una mayor restricción a la venta de armas de largo alcance a que le aprueben su reforma migratoria, la que no ha podido lograr por reveses legislativos y jurídicos una y otra vez. Se trata de una norma que niega la esencia misma de lo que es la gran nación estadounidense hecha por migrantes.
Una treintena de víctimas mortales entre las dos matanzas ocurridas en El Paso (Texas) y en Dayton (Ohio) se suman a otras ocurridas en los últimos años allí. Lo sucedido en límites con México deja mucha tela para analizar, pues en un manifiesto el asesino habla de "invasión" de mexicanos a ese Estado y se trata de una palabra que es frecuente en el lenguaje del mandatario norteamericano en sus discursos y en sus comunicaciones en redes sociales. Es el mismo Trump quien dijo a sus subalternos, que le sugirieron al comienzo de su mandato que se contuviera antes de expresarse a través de Twitter, que eso era quitarle su más poderosa arma. Así lo cita el ícono del periodismo Bob Woodard en su libro Miedo. Y son justamente palabras como esas con las que bandidos como los francotiradores de este fin de semana intentan justificar lo injustificable.
Así pues que de nada sirve el rechazo del presidente a estas actuaciones violentas si esto no viene acompañado de propuestas legislativas que permitan controlar de una vez por todas el comercio de armas en ese país, que no solo generan la violencia urbana ya repetida en sus fronteras, sino que trasciende de allí y llegan a nuestras naciones. Y más grave aún, que el mandatario de la potencia norteamericana no sea capaz de moderar su lenguaje y se siga comportando como un imprudente líder, incapaz de ponerse límites. Juntar dos temas que no tienen que ver como la migración y la circulación de armas es buscar, de manera irresponsable, conexiones en donde no las hay.
De la violencia del lenguaje a la violencia de las armas hay muy poco, como lo muestran este y otros ejemplos. La libertad de venta de armas está ligada a la historia misma de los Estados Unidos y por eso resulta tan difícil pensar distinto, pero la cantidad de muertes que sigue sumando ese país, debería obligar a tomar decisiones que impidan que inocentes sigan muriendo por conservar una tradición que poco aporta a la civilidad. Ojalá se entienda antes de que haya nuevas víctimas.