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Tradicionalmente se ha dado en nuestra región un comportamiento inadecuado de los seres humanos frente a la naturaleza, una actitud que fue palpable desde la misma cultura del colonizador que llegó con hacha y machete a abrir caminos y fundar ciudades desde comienzos del siglo XIX. Para esa época no existía una consciencia ambiental como tal, y era tanta la riqueza de bosques y ríos que ese no era un tema prioritario. No se contaba tampoco con evidencias científicas alrededor de los efectos de las acciones humanas para la flora y la fauna, y por lo mismo esas actitudes no pueden ser descalificadas ni consideradas atentados al medioambiente.
Es durante la segunda mitad del siglo XX y principios de la actual centuria cuando en el mundo toma forma el impulso ambientalista. Es lógico que haya este tipo de preocupaciones cuando hay hechos reales de deterioro relacionados con el fenómeno del Cambio Climático y con la contaminación de cuencas hidrográficas que hasta hace unas décadas eran manantiales de agua cristalina que incluso era consumida sin mayores tratamientos de purificación. La realidad hoy es que se siguen presentando casos de deterioro de los bosques y contaminación de ríos y quebradas.
No obstante, no es por la vía de los fundamentalismos ambientalistas que se puede llegar a la armonía necesaria entre los seres humanos y la naturaleza. Una civilización real, una humanidad con consciencia ambiental, lo que debe lograr es una sana convivencia con lo natural, donde la interacción de las personas con los bosques, las fuentes de agua y la riqueza natural, en general, sea pacífica. Lo ideal es llegar a la construcción de una sociedad en la que la presencia del hombre en medio de la naturaleza no signifique destrucción, sino incluso recuperación y cuidado.
Estas reflexiones surgen como consecuencia de la polémica que hay en la ciudad acerca del proyecto urbanístico Tierraviva, previsto en el sector de La Aurora, en el oriente de Manizales. Mientras que grupos ambientalistas aseguran que la presencia humana en esa zona acabará con la reserva de Río Blanco y pondrá en riesgo la calidad futura del agua de la ciudad, desde la firma constructora CFC y Asociados que promueve el proyecto se presenta una propuesta urbanística que busca el uso de metodologías constructivas y energéticas amigables con el medio ambiente, como evidencia de que no habrá daño en esa zona.
Lo cierto es que hoy tenemos una mayor consciencia ambiental que en el pasado, hoy contamos con más información acerca de los comportamientos humanos que perjudican la naturaleza y que, si bien tenemos mucho más por aprender, no hay manera de avanzar sin probar en hechos concretos ese avance hacia una sana convivencia. Si no se va por ese camino, podríamos llegar a la paradoja de un planeta rico en plantas y animales, pero sin espacio para los seres humanos. Ese enfoque no tiene ninguna lógica; la naturaleza debe estar al servicio de las personas, lo que hay que cuidar es que en aras el bienestar de la humanidad haya un mínimo y lógico equilibrio.

Los concejales de Manizales deben tomar una decisión con respecto a la licencia de construcción para este proyecto. Tendrán que tomar en cuenta la realidad completa de lo que ocurre allí y no solo una parte en la que es fácil manejar las emociones. Tienen que ponerle toda la razón al hecho de que esa es una zona de expansión aprobada desde el 2003 y que actualmente el lugar es un potrero. Los problemas ambientales actuales corren por cuenta de cultivos inadecuados y contaminantes en la parte alta y presencia de ganadería extensiva, y si bien no hay estudios concretos del impacto para la cuenca de Río Blanco, tal vez sea esta la oportunidad de avanzar hacia esa ciudad parque en la que deberíamos convertir a Manizales en las décadas futuras.