Cuando creíamos que Manizales estaba avanzada en gestión del riesgo, los expertos aterrizan este criterio y hacen caer en la cuenta que una cosa es estar a la vanguardia por incluirlo como prioridad en la planificación de la ciudad, pero no quiere decir eso que esté blindada. El concepto es del ingeniero civil manizaleño Ómar Darío Cardona, profesor de la Universidad Nacional de Colombia y especialista internacional en gestión del riesgo que participó la semana pasada en esta ciudad en la III Conferencia Interamericana sobre Reducción de Riesgo de Desastres y Adaptación al Cambio Climático.
De allí lo importante que es tener cerca a los académicos y escucharlos, porque siempre serán una guía para mostrar las fortalezas, pero también las debilidades. Cardona pone a reflexionar en que haber vivido desastres muy fuertes es lo que ha obligado a hacer avances notables, de los que se ha aprendido y podemos mostrar incluso en contextos internacionales, pero lo más relevante es cómo reducir la vulnerabilidad.
La erupción del Volcán Nevado del Ruiz obligó a crear el Sistema Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres y a hacerle monitoreo las 24 horas de cada uno de los 365 días del año. Los terremotos y sismos llevaron a elaborar el Código Nacional de Sismorresistencia, que se convirtió en guía para construir en el país. De cientos de deslizamientos que han sepultado a muchas personas y bienes en Manizales y Caldas resultaron las obras de mitigación del riesgo que después de décadas siguen protegiendo a las comunidades; igualmente en esta ciudad surgió el programa Guardianas de la Ladera, que se ha convertido en el primer eslabón para reducir el riesgo.
Sin embargo se requiere que instituciones, entes territoriales, organismos de socorro y academia sigan trabajando y profundizando en este tema, más a manera preventiva que de atención cuando sucede el desastre o la emergencia. Deben tener la capacidad de anticiparse, porque la vulnerabilidad incluye condiciones sociales, económicas, ambientales o incluso políticas que están marcando la ocurrencia de estos hechos y la forma de intervenirlos. Se requiere además un programa de educación con las comunidades, urbanas y rurales, para que aprendan a identificar los riesgos, a actuar frente a ellos y a convivir con ellos.
No puede quedar rezagada la necesidad imperiosa de hacer inversiones, públicas y privadas. La mitigación del riesgo necesita, ahora más que nunca, de recursos y eso se debe ver reflejado en los presupuestos y planes de las 26 alcaldías y de la Gobernación de Caldas para este año y en los subsiguientes del cuatrienio. No puede decir ningún mandatario que su prioridad es la reducción del riesgo y la adaptación al cambio climático si no destina rubros suficientes para desarrollar todo lo que encierra esta obligación.
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