Como un coloso de la infraestructura y el deporte fue abierto el estadio Palogrande el 30 de julio de 1994, con capacidad para 32 mil personas y dotado de modernismo frente a otros del país. Para ello fue demolido el pequeño estadio Fernando Londoño Londoño, que ya estaba vetusto. Orgullosos exhibíamos lo que fue una obra maratónica, porque duró 18 meses su construcción, sin la cubierta, lo que es muy corto tiempo si a obras públicas nos referimos. 29 años después su estado es lamentable, como se dio a conocer la semana pasada en un informe especial que publicó LA PATRIA.
El estadio es un bien propiedad del Municipio, y bajo la figura de comodato lo administra el club Once Caldas desde hace unos 13 años, pero no tiene dolientes que le hagan mantenimiento y adecuaciones requeridas. No puede ser posible que el Palogrande no llene los mínimos exigidos para realizar certámenes internacionales; parece increíble que nadie se haya percatado que desde hace cuatro años las pantalla están inservibles, siendo elemento esencial durante cualquier juego; que el techo ya no cumple técnicamente por sus materiales y debe ser cambiado, o de los daños en la cancha, que dejaron crecer y coger ventaja. Hasta la suciedad de las gradas y las sillas revelan la falta de cuidado.
Aunque el Once asegura haber hecho inversiones en la cancha y otros espacios del Palogrande, pues no han sido los suficientes para mantenerlo en condiciones aptas y responderle a la ciudad por una infraestructura pública como esta. Si el contrato de comodato que mantiene la Alcaldía de Manizales con el Once Caldas, entre otras cosas que fue prorrogado el viernes por seis meses tras su vencimiento, contemplara más exigencias para el Club como administrador del escenario, no se estaría emitiendo una voz de alerta.
Las directivas del equipo hacen cuentas de que mantener el comodato les cuesta $2.170 millones, lo que les parece costoso, pero no contabilizan los $1.000 millones que les concede la Alcaldía en entradas; tampoco, que allí tienen sus oficinas, camerinos, consultorios, bodegas, lavandería, utilería ocupando dos niveles y así se libran de pagar costosos arrendamientos en otro sitio; ni reconocen que son el único equipo de fútbol en Colombia que está cubierto por una exoneración de impuestos municipales, aprobada mediante acuerdo por el Concejo y por el cual están dejando de pagar por lo menos $28 millones por partido, esto a cambio de reinvertir este dinero en programas de fútbol con niños de las comunas en la ciudad.
El Once buscaba plantearle a la Alcaldía otro negocio, pagarle por partido jugado como ocurre en la mayoría de los estadios del país, y tendría que abandonar todas estas prebendas. Es hora de que la Alcaldía revalúe su relación con el Once Caldas o si es mejor para la ciudad, como ocurre en otras siete en Colombia, que el Municipio administre el estadio para obligarse a tenerlo en buenas condiciones. El Concejo también debe replantear qué tan viable es seguir exonerando de impuestos al Club, pues para nadie es un secreto que hay concejales que han dado el pupitrazo para aprobarlo solo para acceder a las entradas de cortesía a los partidos, porque son aficionados y otros motivos. Con esos criterios, pocas esperanzas habrá de que el Palogrande vuelva a ser la casa de grandes gestas deportivas.
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