Ecuador define hoy en el balotaje la Presidencia para los próximos cuatro años, un proceso que debió realizarse después de que una crisis por protestas que alteraron el orden público en el país terminó con el anuncio de renuncia del mandatario, Guillermo Lasso, y la convocatoria a elecciones adelantadas con el fin de superar la situación y calmar las aguas, con el fin de que el país recuperara la normalidad no solo en el orden público, sino en los asuntos democráticos. Sin embargo, las buenas intenciones derivaron en un proceso accidentado, no exento de señalamientos y con un magnicidio.
El asesinato del candidato y periodista Fernando Villavicencio fue una muerte anunciada a la que le siguió el crimen contra los sicarios que habían sido detenidos y que se encontraban en una cárcel. El avezado investigador que fue perseguido por el régimen de Rafael Correa, a quien la Corte Interamericana de Derechos Humanos ordenó proteger y dejar de ser perseguido por el Estado, se había convertido en un importante jugador en la carrera a la Presidencia con un discurso contra la corrupción y, sobre todo, contra las mafias del narcotráfico. Su homicidio nos hizo recordar en Colombia los tiempos aciagos de la campaña política para la Presidencia de 1990 cuando vimos cómo fueron ultimados tres candidatos por los carteles del narcotráfico.
Esa realidad tiene hoy al vecino país contra las cuerdas. El crimen organizado es una transnacional que afecta a toda Latinoamérica, a algunas naciones como la nuestra más que a otras y no combatirlo es permitir que siga amenazando nuestras democracias. El reto en Ecuador es que quien salga elegido tiene que promover la investigación para esclarecer el magnicidio y, al tiempo, hacer lo que sea necesario para combatir esas estructuras que han hecho de lo que era un país seguro, una zozobra permanente para la ciudadanía. Ecuador no se merece esa situación.
Las elecciones anticipadas fueron una salida que encontró la Constitución ecuatoriana, tomada de regímenes parlamentarios ante las crisis permanentes de finales de los años 90. Fue muy importante que el presidente saliente hubiera entendido el momento y no se presentara a las elecciones, como lo hubiera podido hacer, porque así le quitó combustible a la crisis. Más allá de esta solución, también está en juego en Ecuador el regreso del correísmo o la sacudida total de ese movimiento que gobernó el país con sesgo y con persecución a quienes pensaran diferente.
El vecino país podría ser un mayor socio comercial de Manizales, pero llegar allí se dificulta porque las carreteras nuestras no dan confianza por diferentes motivos. A la falta de un mercado común, que es un anhelo, clave es que se ponga atención para ver como nuestras empresas pueden ayudar a proveer al vecino territorio. Por cosas como estas es que es importante para Colombia y para Caldas lo que suceda hoy en Ecuador. No la tiene fácil, según las encuestas, la candidata de Rafael Correa, Luisa González, pero la competencia de Daniel Noboa no es tan dispareja. Importante es que quien gane sea capaz de poner al país por encima de las ideologías y gobierne para todos los ecuatorianos, porque es hora de que los latinoamericanos nos merezcamos mejores dirigentes que se comprometan con resultados.